La Iglesia celebra el 15 de noviembre la IV Jornada Mundial de los Pobres. Una Jornada en la que el papa Francisco invita a toda la Iglesia a ser signo concreto del amor de Cristo por los últimos y los más necesitados.
Una oportunidad para recordar la predilección de Jesús por los pobres. Una invitación a mantener la mirada fija en quienes tienden sus manos clamando ayuda y pidiendo nuestra solidaridad. «Son nuestros hermanos y hermanas, creados y amados por el Padre celestial» recalcaba el Santo Padre en su mensaje para la I Jornada.
Este año la Jornada Mundial por los Pobres se celebra en medio de una pandemia que ha zarandeado el mundo. Ha dejado al descubierto la fragilidad humana y ha puesto en crisis muchas certezas. Ha puesto nuevos rostros a la pobreza. Ha traído -escribe el Papa en su mensaje- dolor y muerte, desaliento y desconcierto. Pero también hemos visto como a nuestro alrededor se tendían muchas manos.
En este espacio web se facilitan algunos materiales para reflexionar y preparar esta Jornada.
Eucaristía con motivo de la IV Jornada Mundial por los pobres
El domingo 15 de noviembre, a las 10:00 horas, en la Basílica de San Pedro, el Papa Francisco celebra la Eucaristía con motivo de la IV Jornada Mundial de los Pobres. Sólo 100 personas han estado presentes simbólicamente representando a todos los pobres del mundo que, en este día, necesitan especialmente la atención y la solidaridad de la comunidad cristiana, además de los voluntarios y benefactores. Las lecturas han sido proclamadas por algunas personas que son asistidas cada día por diferentes Asociaciones caritativas.

Texto completo de la homilía
La parábola que hemos escuchado tiene un comienzo, un desarrollo y un desenlace, que iluminan el principio, el núcleo y el final de nuestras vidas.
El comienzo. Todo inicia con un gran bien: el dueño no se guarda sus riquezas para sí mismo, sino que las da a los siervos; a uno cinco, a otro dos, a otro un talento, «a cada cual según su capacidad» (Mt 25,15). Se ha calculado que un único talento correspondía al salario de unos veinte años de trabajo: era un bien superabundante, que entonces era suficiente para toda una vida. Aquí está el comienzo: también para nosotros todo empezó con la gracia de Dios —todo, inicia siempre con la gracia, no con nuestras fuerzas— con la gracia de Dios, que es Padre y ha puesto tanto bien en nuestras manos, confiando a cada uno talentos diferentes. Somos portadores de una gran riqueza, que no depende de cuánto poseamos, sino de lo que somos: de la vida que hemos recibido, del bien que hay en nosotros, de la belleza irreemplazable que Dios nos ha dado, porque somos hechos a su imagen, cada uno de nosotros es precioso a sus ojos, cada uno de nosotros es único e insustituible en la historia. Así nos mira Dios, así nos trata Dios.

Qué importante es recordar esto: En demasiadas ocasiones, cuando miramos nuestra vida, vemos sólo lo que nos falta y nos quejamos de lo que no tenemos. Entonces cedemos a la tentación del “¡ojalá!”: ¡ojalá tuviera ese trabajo, ojalá tuviera esa casa, ojalá tuviera dinero y éxito, ojalá no tuviera ese problema, ojalá tuviera mejores personas a mi alrededor!… Pero la ilusión del “ojalá” nos impide ver lo bueno y nos hace olvidar los talentos que tenemos. Sí, tú no tienes aquello, pero tienes esto, y el “ojalá” hace que olvidemos esto. Pero Dios nos los ha confiado porque nos conoce a cada uno y sabe de lo que somos capaces; confía en nosotros, a pesar de nuestras fragilidades. También confió en aquel siervo que ocultó el talento: Dios esperaba que, a pesar de sus temores, también él utilizara bien lo que había recibido. En concreto, el Señor nos pide que nos comprometamos con el presente sin añoranza del pasado, sino en la espera diligente de su venida. Esa nostalgia fea, que es como un humor crudo, un humor negro que envenena el alma y hace que siempre mire hacia atrás, siempre a los demás, pero nunca a las propias manos, a las posibilidades de trabajo que el Señor nos ha dado, a nuestras condiciones, incluso a nuestra pobreza.
Así llegamos al centro de la parábola: es el trabajo de los sirvientes, es decir, el servicio. El servicio es también obra nuestra, el esfuerzo que hace fructificar nuestros talentos y da sentido a la vida: de hecho, no sirve para vivir el que no vive para servir. Necesitamos repetir esto, repetirlo muchas veces: No sirve para vivir el que no vive para servir. Debemos meditar esto: No sirve para vivir el que no vive para servir. ¿Pero cuál es el estilo de servicio? En el Evangelio, los siervos buenos son los que arriesgan. No son cautelosos y precavidos, no guardan lo que han recibido, sino que lo emplean. Porque el bien, si no se invierte, se pierde; porque la grandeza de nuestra vida no depende de cuánto acaparamos, sino de cuánto fruto damos. Cuánta gente pasa su vida acumulando, pensando en estar bien en vez de hacer el bien. ¡Pero qué vacía es una vida que persigue las necesidades, sin mirar a los necesitados! Si tenemos dones, es para ser nosotros dones para los demás. Y aquí, hermanos y hermanas, nos preguntamos: ¿Sigo las necesidades, solamente, o soy capaz de mirar a los que tienen necesitad? ¿A quién está necesitado? ¿Mi mano es así [abierta] o así [cerrada]?
Cabe destacar que los siervos que invierten, que arriesgan, son llamados «fieles» cuatro veces (vv. 21.23). Para el Evangelio no hay fidelidad sin riesgo. “Pero, Padre, ¿ser cristiano significa correr riesgos?” ― “Sí, queridos, arriesgar. Si no te arriesgas, terminarás como el tercer siervo: enterrando tus capacidades, tus riquezas espirituales y materiales, todo”. Arriesgar: no hay fidelidad sin riesgo. Ser fiel a Dios es gastar la vida, es dejar que los planes se trastoquen por el servicio. “Yo tengo este plan, pero si sirvo…”. Deja que se trastoque el plan, tú sirve”. Es triste cuando un cristiano juega a la defensiva, apegándose sólo a la observancia de las reglas y al respeto de los mandamientos. Esos cristianos “comedidos” que nunca dan un paso fuera de las normas, nunca, porque tienen miedo al riesgo. Y estos, permítanme la imagen, estos que se cuidan tanto que nunca se arriesgan, estos comienzan en la vida un proceso de momificación del alma, y terminan siendo momias. Esto no es suficiente, no basa observar las normas; la fidelidad a Jesús no se limita simplemente a no equivocarse; es negativo esto. Así pensaba el sirviente holgazán de la parábola: falto de iniciativa y creatividad, se escondió detrás de un miedo estéril y enterró el talento recibido. El dueño incluso lo calificó como «malo» (v. 26). A pesar de no haber hecho nada malo, pero tampoco nada bueno. Prefirió pecar por omisión antes de correr el riesgo de equivocarse. No fue fiel a Dios, que ama entregase totalmente; y le hizo la peor ofensa: devolverle el don recibido. “Tú me has dato esto, yo te doy esto”, nada más. En cambio, el Señor nos invita a jugárnosla generosamente, a vencer el miedo con la valentía del amor, a superar la pasividad que se convierte en complicidad. Hoy, en estos tiempos de incertidumbre, en estos tiempos de fragilidad, no desperdiciemos nuestras vidas pensando sólo en nosotros mismos, con esa actitud de indiferencia. No nos engañemos diciendo: «Hay paz y seguridad» (1 Ts 5,3). San Pablo nos invita a enfrentar la realidad, a no dejarnos contagiar por la indiferencia.
«Los pobres están en el centro del Evangelio; el Evangelio no puede ser entendido sin los pobres».
«Porque la mayor pobreza que hay que combatir es nuestra carencia de amor».
Entonces, ¿cómo podemos servir siguiendo la voluntad de Dios? El dueño le explica esto al sirviente infiel: «Debías haber llevado mi dinero a los prestamistas, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses» (v. 27). ¿Quiénes son los “prestamistas” para nosotros, capaces de conseguir un interés duradero? Son los pobres. No lo olviden: los pobres están en el centro del Evangelio; el Evangelio no puede ser entendido sin los pobres. Los pobres tienen la misma personalidad que Jesús, que siendo rico se despojó de todo, se hizo pobre, se hizo pecado, la pobreza más fea. Los pobres nos garantizan un rédito eterno y ya desde ahora nos permiten enriquecernos en el amor. Porque la mayor pobreza que hay que combatir es nuestra carencia de amor. La mayor pobreza para combatir es nuestra pobreza de amor. El Libro de los Proverbios alaba a una mujer laboriosa en el amor, cuyo valor es mayor que el de las perlas: debemos imitar a esta mujer que, según el texto, «tiende sus brazos al pobre» (Pr 31,20): esta es la mayor riqueza de esta mujer. Extiende tu mano a los necesitados, en lugar de exigir lo que te falta: de este modo multiplicarás los talentos que has recibido.
Se aproxima la Navidad, tiempo de celebraciones. Cuántas veces, la pregunta que mucha gente se hace es: “¿Qué puedo comprar? ¿Qué más puedo tener? Necesito ir a las tiendas a comprar”. Digamos la otra palabra, “¿Qué puedo dar a los demás?”, para ser como Jesús, que se dio a sí mismo y nació propiamente en aquel pesebre.

Llegamos así al final de la parábola: habrá quien tenga abundancia y quien haya desperdiciado su vida y permanecerá siendo pobre (cf. v. 29). Al final de la vida, en definitiva, se revelará la realidad: la apariencia del mundo se desvanecerá, según la cual el éxito, el poder y el dinero dan sentido a la existencia, mientras que el amor, lo que hemos dado, se revelará como la verdadera riqueza. Todo eso se desvanecerá, en cambio el amor emergerá. Un gran Padre de la Iglesia escribió: «Así es como sucede en la vida: después de que la muerte ha llegado y el espectáculo ha terminado, todos se quitan la máscara de la riqueza y la pobreza y se van de este mundo. Y se los juzga sólo por sus obras, unos verdaderamente ricos, otros pobres» (S. Juan Crisóstomo, Discursos sobre el pobre Lázaro, II, 3). Si no queremos vivir pobremente, pidamos la gracia de ver a Jesús en los pobres, de servir a Jesús en los pobres.
Me gustaría agradecer a tantos fieles siervos de Dios, que no dan de qué hablar sobre ellos mismos, sino que viven así, sirviendo. Pienso, por ejemplo, en D. Roberto Malgesini. Este sacerdote no hizo teorías; simplemente, vio a Jesús en los pobres y el sentido de la vida en el servicio. Enjugó las lágrimas con mansedumbre, en el nombre de Dios que consuela. En el comienzo de su día estaba la oración, para acoger el don de Dios; en el centro del día estaba la caridad, para hacer fructificar el amor recibido; en el final, un claro testimonio del Evangelio. Este hombre comprendió que tenía que tender su mano a los muchos pobres que encontraba diariamente porque veía a Jesús en cada uno de ellos. Hermanos y hermanas: Pidamos la gracia de no ser cristianos de palabras, sino en los hechos. Para dar fruto, como Jesús desea. Que así sea.
Fuente: vatican.va
“Tiende tu mano al pobre”
(cf. Si 7,32)
Mensaje del papa Francisco para la IV Jornada Mundial de los Pobres.

“Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32). Con estas palabras del Eclesiástico, también conocido como Sirácida, desarrolla el papa Francisco su mensaje para la IV Jornada Mundial de los Pobres. El Papa da actualidad a las palabras de un sabio maestro que vivió unos doscientos años antes de Cristo. Recupera estas enseñanzas que se recogen en uno de los libros del Antiguo Testamento.
La oración y la solidaridad con los pobres, inseparables
En la angustia hay que confiar en Dios, insiste Sirácida, “pégate a él y no te separes”. Pero para que la bendición sea completa, “tiende también tu mano al pobre”. Así, el Papa ha elegido el título para su mensaje de este año de un pasaje que une, como hechos inseparables, la oración a Dios y la solidaridad con los pobres y los que sufren.
“El tiempo que se dedica a la oración –recuerda el Pontífice- nunca puede convertirse en una coartada para descuidar al prójimo necesitado; sino todo lo contrario: la bendición del Señor desciende sobre nosotros y la oración logra su propósito cuando va acompañada del servicio a los pobres”.

Dedicarse a los pobres
¡Qué actual es esta antigua enseñanza, también para nosotros! Exclama el Papa. “En efecto, la Palabra de Dios –continúa- va más allá del espacio, del tiempo, de las religiones y de las culturas. La generosidad que sostiene al débil, consuela al afligido, alivia los sufrimientos, devuelve la dignidad a los privados de ella, es una condición para una vida plenamente humana.
La opción por dedicarse a los pobres y atender sus muchas y variadas necesidades no puede estar condicionada por el tiempo a disposición o por intereses privados, ni por proyectos pastorales o sociales desencarnados. El poder de la gracia de Dios no puede ser sofocado por la tendencia narcisista a ponerse siempre uno mismo en primer lugar”.

Cristianos en primera línea
El Papa reclama a la comunidad cristiana involucrarse en esta experiencia de compartir y no delegarla a otros. Para el pueblo cristiano recordar a todos el gran valor del bien común es un compromiso de vida. “No podemos sentirnos <bien> cuando un miembro de la familia humana es dejado al margen y se convierte en una sombra.
El grito silencioso de tantos pobres debe encontrar al pueblo de Dios en primera línea, siempre y en todas partes, para darles voz, defenderlos y solidarizarse con ellos ante tanta hipocresía y tantas promesas incumplidas, e invitarlos a participar en la vida de la comunidad”, afirma el Santo Padre.

Santos de la puerta de al lado
El papa Francisco también advierte que las prisas no nos dejan ver las manos tendidas ni reconocer todo el bien que se realiza en el silencio y con gran generosidad. “Así sucede que, sólo cuando ocurren hechos que alteran el curso de nuestra vida, nuestros ojos se vuelven capaces de vislumbrar la bondad de los santos “de la puerta de al lado”, «de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 7), pero de los que nadie habla.
Las malas noticias son tan abundantes en las páginas de los periódicos, en los sitios de internet y en las pantallas de televisión, que nos convencen que el mal reina soberano. No es así. Es verdad que está siempre presente la maldad y la violencia, el abuso y la corrupción, pero la vida está entretejida de actos de respeto y generosidad que no sólo compensan el mal, sino que nos empujan a ir más allá y a estar llenos de esperanza”.

Manos que desafían al contagio
Resalta el Santo Padre las manos tendidas durante estos meses en los que el mundo entero ha estado como abrumado por un virus que ha traído dolor y muerte, desaliento y desconcierto. La mano tendida de los sanitarios y farmacéuticos; del personal administrativo, de servicios esenciales y de seguridad; del sacerdote; del voluntario… de los que han desafiado el contagio y el miedo para dar apoyo y consuelo.
Este momento ha puesto en crisis muchas certezas, pero también hemos madurado la exigencia de una nueva fraternidad, capaz de la ayuda recíproca y estima mutua. redescubrimos la importancia de la sencillez y de mantener la mirada fija en lo esencial. Este es un tiempo favorable para «volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo» .

Tender la mano es un signo
“Tiende la mano al pobre” es, por lo tanto, una invitación a la responsabilidad y un compromiso directo de todos aquellos que se sienten parte del mismo destino y una llamada a llevar las cargas de los más débiles.
“Tiende la mano al pobre” destaca, por contraste, la actitud de quienes tienen las manos en los bolsillos y no se dejan conmover por la pobreza, de la que a menudo son también cómplices.

Los excluidos siguen esperando
En este panorama, «los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia.
Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros.
El Papa concluye su mensaje con una invitación: la finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otra que el amor. Este es el objetivo hacia el que nos dirigimos y nada debe distraernos de él. Este amor es compartir, es dedicación y servicio, pero comienza con el descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al amor.

» Acordarse de nuestro destino común puede ayudarnos a llevar una vida más atenta a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades que nosotros».
Iniciativas para esta Jornada en el Vaticano
Mons. Rino Fisichella, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, presenta en el Vaticano las iniciativas de la IV Jornada Mundial de los Pobres.
El papa Francisco celebrará la Eucaristía el domingo 15 a las 10.00 horas en la Basílica de San Pedro.
Sólo 100 personas estarán simbólicamente presentes, representando a todos los pobres del mundo.


La Jornada Mundial de los Pobres llega a su IV edición. Como se expresa en el Mensaje del Papa Francisco hecho público el pasado 13 de junio, memoria litúrgica de San Antonio de Padua, el tema de la Jornada se articula en torno a la expresión bíblica: «Tiende la mano al pobre» (Sir 7, 32). Visionariamente, el Santo Padre en ese Mensaje quiso enfatizar la emergencia a la que la pandemia por Covid-19 ha sometido al mundo entero. Retomar algunas expresiones de ese texto puede ayudar a comprender las iniciativas implementadas para ofrecer un signo concreto de asistencia y apoyo al número cada vez mayor de familias que se encuentran en una dificultad objetiva.
“Tender la mano es un signo: un signo que recuerda inmediatamente la proximidad, la solidaridad, el amor. En estos meses, en los que el mundo entero ha estado como abrumado por un virus que ha traído dolor y muerte, desaliento y desconcierto, ¡cuántas manos tendidas hemos podido ver! La mano tendida del médico… de la enfermera y el enfermero… de los que trabajan en la administración… del farmacéutico… del sacerdote. La mano tendida del voluntario que socorre a los que viven en la calle y a los que, a pesar de tener un techo, no tienen comida. La mano tendida de hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad. Y otras manos tendidas que podríamos describir hasta componer una letanía de buenas obras. Todas estas manos han desafiado el contagio y el miedo para dar apoyo y consuelo” (n. 6). Y continua diciendo: “Este es un tiempo favorable para volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo” (n. 7).

También en esta ocasión, el Romano Pontífice tendió su mano a través de diversas iniciativas para hacer esta Jornada más concreta y efectiva. El domingo 15 de noviembre a las 10:00 horas en la Basílica de San Pedro, el Papa Francisco celebrará la Sagrada Eucaristía con motivo de la IV Jornada Mundial de los Pobres. El evento será transmitido en vivo por las cadenas televisivas Rai 1, TV2000, Telepace y por todas las emisoras católicas del mundo enlazadas al Dicasterio para la Comunicación, asimismo será transmitido en streaming por el portal de Vatican News (vaticannews.va) para aquellos que deseen participar mientras permanecen en la seguridad de sus hogares. Sólo 100 personas estarán simbólicamente presentes en la Basílica de San Pedro, representando a todos los pobres del mundo que, en este día, necesitan especialmente la atención y la solidaridad de la comunidad cristiana, además de los Voluntarios y Benefactores. Las lecturas serán proclamadas por algunas personas que son asistidas cada día por diferentes Asociaciones caritativas.

Como es posible imaginar, los tradicionales signos realizados en los años anteriores han sido suspendidos para cumplir con la normativa vigente, me refiero en particular al Campamento Médico en la Plaza de San Pedro y al almuerzo con 1500 pobres junto al Obispo de Roma en el Aula Paulo VI. La pandemia, sin embargo, no impidió que se realizaran signos concretos para esta Jornada. En la clínica móvil bajo la columnata de San Pedro, gracias a la Limosnería Apostólica, es posible realizar la prueba médica a los pobres que deben tener acceso a los dormitorios o a los que quieren volver a su patria. La clínica móvil está abierta de 8:00 a 14:00 horas y, en dos semanas, ha realizado 50 pruebas al día. Del mismo modo, no ha venido a menos la generosidad de algunos benefactores; al contrario, la ha ampliado y la ha hecho aún más eficaz. Gracias a ella hemos logrado realizar algunos signos muy simples pero que expresan la cercanía y la atención del Papa Francisco en esta coyuntura.
Con el gran apoyo de Roma Cares y la generosidad de los Supermercados Elite, actualmente estamos enviando 5000 paquetes de productos de primera necesidad a las familias de unas sesenta parroquias de Roma que, especialmente en este período, se encuentran en dificultades. Cada caja contiene alimentos de diversos tipos (pasta, arroz, puré de tomate, aceite, sal fina y gruesa, harina, café, azúcar, mermelada, atún, galletas y chocolate) de marcas particularmente prestigiosas, junto con algunas mascarillas quirúrgicas y una tarjeta con una plegaria del Papa Francisco. Siento el deber de dar las gracias especialmente al CEO de Roma Guido Fienga (aquí con nosotros) por Roma Cares y a la familia Fedeli, propietaria de los Supermercados Elite (tenemos aquí al fundador Franco Fedeli y al Director de Operaciones Marco Conti). Al respecto, quisiera también señalar que el envasado y la distribución de estos paquetes fue posible gracias al trabajo de un grupo de veinte jóvenes que actualmente están a la espera de un empleo.
De la misma manera, la fábrica de pasta “La Molisana” también este año ha querido estar presente en nuestras iniciativas con 2,5 toneladas de la renombrada pasta, que se destinarán a diversas Casas Hogares y Asociaciones caritativas. Es importante añadir a la Société des Centres Commerciaux Italia s.r.l. y a la Fundación Robert Halley, que han querido apoyar las iniciativas del Santo Padre con su generosidad en favor de los numerosos pobres presentes en la ciudad y asistidos por tantas realidades eclesiales.
Con el apoyo de Seguros UnipolSai hemos enviado un primer bloque de 350.000 mascarillas quirúrgicas, para al menos 15.000 estudiantes de diferentes grados escolares, especialmente en la grande periferia de la ciudad, para ser de nuevo un apoyo a las familias y al menos liberarlas del gasto de las mascarillas quirúrgicas. Al mismo tiempo, quiere ser una invitación a los jóvenes estudiantes para que no subestimen los riesgos de la pandemia sobre todo con comportamientos que podrían perjudicar a las personas ancianas una vez que regresen a la familia.

Como puede verse, la Jornada Mundial de los Pobres, aunque limitada en las iniciativas, sigue siendo una cita a la que las Diócesis del mundo miran para mantener vivo el sentido de atención y fraternidad hacia las personas más marginadas y desfavorecidas. El Subsidio Pastoral, que nuevamente este año se ha preparado para ayudar a las Parroquias y a las diferentes realidades eclesiales, puede considerarse un instrumento eficaz para que la Jornada no se limite sólo a las iniciativas caritativas, sino que éstas sean sostenidas por la oración personal y comunitaria que nunca puede faltar para que el testimonio sea pleno y eficaz. Como cada año, el Subsidio, además de la edición italiana impresa por Ediciones San Pablo, se ha traducido a cinco idiomas (español, francés, inglés, portugués y polaco) y las versiones respectivas están disponibles en línea en el sitio web del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización (pcpne.va). Diversas Iglesias se han adherido ya, lo cual deja presagiar también para esta Jornada una participación activa, realizada, sin embargo, en las formas más familiares de cercanía y en las propias casas para evitar la propagación del virus.
Las palabras del Papa Francisco en su Mensaje expresan bien la finalidad de estas iniciativas. El Santo Padre escribe: “«En todas tus acciones, ten presente tu final» (Sir 7, 36)… El texto se presta a una doble interpretación. La primera hace evidente que siempre debemos tener presente el fin de nuestra existencia. Acordarse de nuestro destino común puede ayudarnos a llevar una vida más atenta a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades que nosotros. Existe también una segunda interpretación… Es el fin de nuestra vida que requiere un proyecto a realizar y un camino a recorrer sin cansarse. Y bien, la finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otra que el amor… Este amor es compartir, es dedicación y servicio, pero comienza con el descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al amor. Este fin aparece en el momento en que el niño se encuentra con la sonrisa de la madre y se siente amado por el hecho mismo de existir. Incluso una sonrisa que compartimos con el pobre es una fuente de amor y nos permite vivir en la alegría. La mano tendida, entonces, siempre puede enriquecerse con la sonrisa de quién no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece, sino que sólo se alegra de vivir según el estilo de los discípulos de Cristo” (n. 10). Es con este espíritu que nos preparamos a vivir la IV Jornada Mundial de los Pobres.
Fuente: vatican.va
Materiales para la Jornada
La Conferencia Episcopal Española y Cáritas se unen por cuarto año consecutivo para celebrar la Jornada Mundial de los pobres y ofrecen los siguientes materiales de apoyo:
– Subsidio litúrgico
– Pautas para la animación
– Guión para la homilía
– Nota de prensa conjunta CEE y Cáritas

El Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización también edita un subsidio pastoral que se puede leer pinchando aquí.
¿Por qué comenzó a celebrarse?
El papa Francisco manifestó su deseo de celebrar esta Jornada ante la mirada de miles de pobres, con los que celebraba el Jubileo dedicado a las personas marginadas.

El 13 de noviembre de 2016 se cerraba en todo el mundo las Puertas de la Misericordia y en la Basílica de San Pedro el Santo Padre celebraba el Jubileo dedicado a todas las personas marginadas. En la celebración eucarística estaban presentes miles de pobres, con los que ya había compartido los días anteriores.
La homilía estaba escrita, pero falta la frase final. El Papa levantó los ojos del texto y de manera espontánea anuncio su deseo de celebrar una jornada de los pobres.
“Precisamente hoy, cuando hablamos de exclusión, vienen rápido a la mente personas concretas; no cosas inútiles, sino personas valiosas. La persona humana, colocada por Dios en la cumbre de la creación, es a menudo descartada, porque se prefieren las cosas que pasan. Y esto es inaceptable, porque el hombre es el bien más valioso a los ojos de Dios. Y es grave que nos acostumbremos a este tipo de descarte; es para preocuparse, cuando se adormece la conciencia y no se presta atención al hermano que sufre junto a nosotros o a los graves problemas del mundo… Hoy, en las catedrales y santuarios de todo el mundo, se cierran las Puertas de la Misericordia. Pidamos la gracia de no apartar los ojos de Dios que nos mira y del prójimo que nos cuestiona… especialmente al hermano olvidado y excluido, al Lázaro que yace delante de nuestra puerta. Hacia allí se dirige la lente de la Iglesia.… A la luz de estas reflexiones, quisiera que hoy fuera la «Jornada de los pobres»».
(Papa Francisco, 13 de noviembre de 2016)
Unos días más tarde, el 20 de noviembre, al concluir el jubileo extraordinario de la Misericordia, firmaba la Carta Apostólica Misericordia et misera en la que añadía como conclusión:
“Intuí que, como otro signo concreto de este Año Santo extraordinario, se debe celebrar en toda la Iglesia, en el XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, la Jornada mundial de los pobres. Será la preparación más adecuada para vivir la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el cual se ha identificado con los pequeños y los pobres, y nos juzgará a partir de las obras de misericordia (cf. Mt 25,31-46). Será una Jornada que ayudará a las comunidades y a cada bautizado a reflexionar cómo la pobreza está en el corazón del Evangelio y sobre el hecho que, mientras Lázaro esté echado a la puerta de nuestra casa (cf. Lc 16,19-21), no podrá haber justicia ni paz social. Esta Jornada constituirá también una genuina forma de nueva evangelización (cf. Mt 11,5), con la que se renueve el rostro de la Iglesia en su acción perenne de conversión pastoral, para ser testimonio de la misericordia.” (n. 21).

En 19 de noviembre de 2017 se celebró la primera Jornada Mundial de los Pobres. Cada año el Papa nos vuelve a llevar la mirada sobre esta realidad fundamental para la vida de la Iglesia, porque los pobres están y estarán siempre con nosotros (cf. Jn 12,8) para ayudarnos a acoger la compañía de Cristo en nuestra vida cotidiana.