El 3 de octubre de 2020 el papa Francisco firmó en Asís su tercera encíclica, Fratelli tutti sobre la fraternidad y la amistad social. El Santo Padre ha querido ofrecer a Dios este nuevo documento sobre la tumba de San Francisco, en quien se inspiró, como ya hizo en su anterior encíclica, Laudato si‘.
Fratelli tutti
Carta Encíclica sobre la fraternidad y la amistad social

En el Ángelus del domingo 4 de octubre, el papa Francisco señalaba como «los signos de los tiempos muestran claramente que la fraternidad humana y el cuidado de la creación son el único camino hacia el desarrollo integral y la paz como ya indicaron los santos papas Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II».
En el texto de la encíclica, el Papa reconoce que las cuestiones relacionadas con la fraternidad y la amistad social han estado siempre entre sus preocupaciones.
«Durante los últimos años me he referido a ellas reiteradas veces y en diversos lugares. Quise recoger en esta encíclica muchas de esas intervenciones situándolas en un contexto más amplio de reflexión», afirma el Santo Padre.
Presentación de la encíclica a cargo de Mons. Luis Argüello y el P. Julio L. Martínez SJ
Conferencia de presentación en Roma

La Santa Sede presentó en conferencia de prensa, el día 4 de octubre, el texto del documento pontificio. La presentación estuvo a cargo del secretario de Estado vaticano, cardenal Pietro Parolin; el cardenal Miguel Ángel Ayuso Guixot, M.C.C.J., presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso; el juez Mohamed Mahmoud Abdel Salam, secretario general del Alto Comité para la Fraternidad Humana; la profesora Anna Rowlands, docente de Catholic Social Thought & Practice de la Universidad de Durham, Reino Unido; y el profesor Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de Sant’Egidio, docente de Historia Contemporánea. , se celebra en el Aula Nueva del Sínodo, en el Vaticano, la conferencia sobre la carta encíclica Fratelli tutti .
¿Qué han dicho?
Cardenal Pietro Parolin

«La fraternidad puede contribuir a la renovación de los principios que presiden la vida internacional o ser capaz de poner de manifiesto las vías necesarias para hacer frente a los nuevos desafíos».
Texto íntegro
Cardenal Miguel Á. Ayuso

«En un mundo deshumanizado, en el que la indiferencia y la codicia caracterizan las relaciones entre las personas, es necesaria una nueva y universal solidaridad y un nuevo diálogo basado en la fraternidad».
Texto íntegro

Mohamed Mahmoud Abdel Salam
«La fraternidad universal sigue siendo, ayer, hoy y mañana, una necesidad absoluta para el mundo entero y es imprescindible para la salvación.»
Texto íntegro
Anna Rowlands
«La dignidad, la solidaridad y el destino universal de los bienes materiales son los sellos distintivos de esta enseñanza.»
Texto íntegro
Andrea Riccardi
«La encíclica abraza el mundo con su mirada, a la luz de la fraternidad: lo que está lejos sí nos preocupa. La mirada de la fraternidad nunca es miope.»
Texto íntegro
Puntos de vista desde la Conferencia Episcopal
Aproximación de Mons. Argüello a la encíclica Fratelli Tutti

Un día después de la presentación del encíclica, el lunes 5 de octubre, el secretario general de la CEE, Mons. Luis Argüello, explica las claves del nuevo documento pontificio en La Tarde de COPE.
“Yo creo -señaló Mons. Argüello- que Fratelli tutti aborda la novedad de esta época, con unas divisiones muy potentes entre empobrecidos y enriquecidos y, por si fuera poco, subraya también las consecuencias de la pandemia global que estamos viviendo. La covid-19 ha acelerado y ensanchado la llamada tan fuerte a la fraternidad universal en que ahonda el Santo Padre»
Derechos humanos “no suficientemente universales”
“El Santo Padre nos habla de sueños que se han roto en pedazos y que no han llegado a extenderse a toda la humanidad”.
“Vivimos en un momento en el que algunos de estos sueños de fraternidad y de igualdad parecen haberse roto. Es necesaria, como dice el Santo Padre, que la verdadera sabiduría suponga el encuentro con la realidad. Es necesario dar rostro a las afirmaciones que hacemos”.
“Francisco nos ayuda a superar la dialéctica de los contrarios tan típica del tiempo moderno. El Santo Padre sale al paso de los populismos y de las condiciones individualistas de la existencia. Pone delante de nosotros rostros concretos”. Además, dice el obispo auxiliar de Valladolid, “es muy interesante ver como, al leer la encíclica, nos sentiremos descolocados en cualquier momento”.
“Adoptar la actitud del buen samaritano”
“Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano”.
“Todos tenemos algo del herido que está en el camino, del buen samaritano o de los que pasan de largo. Se trata de proponernos un encuentro con quien está caído en el camino de una forma real y adoptar la actitud del buen samaritano”.
“Si verdaderamente tomamos consciencia de que somos todos hermanos los que llegan han de ser acogidos como tales. Hay que tener un corazón abierto al mundo entero y el Papa pone un acento en como poner en diálogo el local con lo universal”.
Recuperar el sentido de la amabilidad
“Hay que cultivar lo que Francisco llama un encuentro hecho cultura, sobre todo en las relaciones más cercanas que tenemos”.
“Es muy interesante que al hablar de amistad social el Papa Francisco nos dice que, si la fraternidad nos da ese horizonte de universalidad, la amistad nos tiene que acercar al gusto de escuchar al otro, aunque tenga ideas diferentes. Hay que recuperar el sentido de la amabilidad”.
La contribución de las religiones al sueño de la fraternidad y la amistad social

Desde el comienzo de su pontificado, el papa Francisco ha deseado introducir a la Iglesia por las sendas de la fraternidad: “comenzamos hoy un camino de fraternidad y amor universal”, afirmaba desde el balcón de la Basílica de San Pedro en su primer discurso tras su elección como obispo de Roma y sucesor de Pedro. Y, desde entonces, la fraternidad se ha convertido en un tema recurrente en sus discursos, pero también en sus actos y gestos de cercanía hacia todos.
La encíclica Fratelli tutti, una encíclica social, firmada el pasado 3 de octubre a los pies del sepulcro de san Francisco de Asís, el hermano de todas las criaturas, sistematiza en sus 8 capítulos y 287 párrafos, los grandes temas de los discursos e intervenciones del Papa a lo largo de su pontificado, desde la perspectiva de la fraternidad. Nuestro mundo está en crisis, y Francisco invita a todas las personas de buena voluntad a compartir con él el sueño esperanzador de la fraternidad y la amistad social.
¿Qué pueden aportar las religiones en la construcción de la fraternidad? Es el contenido del capítulo octavo: “Las religiones al servicio de la fraternidad en el mundo”. En sí, Fratelli tutti, como afirmó en un tweet en la tarde del 4 de octubre el Gran Imán de la Mezquita de Al-Azhar, Ahmed Al-Tayyeb, es “una extensión del Documento sobre la fraternidad humana” firmado por ambos en Abu Dabi en 2019. Precisamente el nombre de Al-Tayyeb es uno de los que aparece repetidamente en la encíclica, y el Papa reconoce que ha sido una de sus fuentes de inspiración, junto con el gran san Francisco de Asís, Carlos de Foucauld, y miembros de otras confesiones y credos: Martin Luther King, Desmond Tutu o el Mahatma Gandhi.
En primer lugar, la gran aportación que pueden hacer las religiones al sueño de la fraternidad y la amistad social, es la “valoración de cada persona humana como criatura llamada a ser hijo e hija de Dios” (Fratelli tutti, 271). Es decir, una mirada de fe de la existencia humana, que es consecuencia de aquella afirmación conjunta del Documento sobre la fraternidad: “La fe lleva al creyente a ver en el otro a un hermano que debe sostener y amar. Por la fe en Dios, que ha creado el universo, las criaturas y todos los seres humanos – iguales por su misericordia –, el creyente está llamado a expresar esta fraternidad humana, protegiendo la creación y todo el universo y ayudando a todas las personas, especialmente las más necesitadas y pobres” (Documento de Abu Dabi, Prefacio).
Esta mirada creyente conlleva, en segundo lugar, una valoración trascendente de la realidad y no meramente material. Al ser humano no le basta lo material para vivir, su existencia está abierta a la trascendencia, y esos valores espirituales son necesarios para forjar la fraternidad y la amistad social (cf. Fratelli tutti, 275). Hoy en día, las personas de fe y los líderes religiosos están llamados a abrir la humanidad a la trascendencia, y despertar la llama de la espiritualidad que el materialismo ha apagado en el corazón de cada hombre.
Sin esta apertura a Dios, “los creyentes pensamos que no habrá razones sólidas y estables para la fraternidad”, porque “la razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica, pero no consigue fundar la hermandad” (Fratelli tutti, 272). Dios es el fundamento último de la fraternidad que propone el papa Francisco. Sin esta apertura al Padre es imposible reconocernos como hijos y, por ende, como hermanos.
En tercer lugar, las religiones han de reconocer todo lo bueno que juntas pueden aportar a este mundo, valorando la acción de Dios en cada una de ellas, y no rechazando “nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero”, en ellas se reflejan “destellos de la Verdad que ilumina a todos los hombres” (Nostra aetate, 2). Desde este reconocimiento, cambia radicalmente el modo de relacionarse entre las religiones: no me acerco al seguidor de otra religión pensando que no puede salvarse, sino reconociendo que Dios está actuando misteriosamente en su corazón, y que, si lo acojo como un hermano, probablemente se enriquezca mi propia experiencia de fe.
Como consecuencia, en cuarto lugar, las religiones han de promover la libertad religiosa para los creyentes de todas las religiones, como “un derecho fundamental que no debe ser olvidado en el camino de la fraternidad y de la paz” (Fratelli tutti, 279), especialmente allí donde los cristianos o cualquier otro grupo son minorías.
Por último, y no por ello menos importante, las religiones rechazan y condenan radicalmente la violencia, el terrorismo o la guerra en nombre de Dios, que es fruto de una interpretación errónea y manipulada de los textos sagrados. “El culto a Dios sincero y humilde no lleva la discriminación al odio y la violencia, sino al respeto de la sacralidad de la vida, el respeto de la dignidad y la libertad de los demás” (Fratelli tutti, 282).
Las religiones todas hacen un llamamiento, retomando el Documento sobre la fraternidad, a la paz la justicia y la fraternidad, y a asumir juntos “la cultura del diálogo como camino, la colaboración común como conducta y el conocimiento recíproco como método y criterio” (Fratelli tutti, 285).
Rafael Vázquez Jiménez, director de la Subcomisión Episcopal de Relaciones interconfesionales y diálogo interreligioso
El Buen Samaritano, icono y modelo para la fraternidad universal

La Encíclica Fratelli tutti es una llamada a la Iglesia y a toda la humanidad al “amor fraterno en su dimensión universal” para hacer de este mundo un hogar para todos (6). Una fraternidad que se construye desde los últimos y tiene al buen samaritano como “ícono iluminador, para reconstruir este mundo que nos duele y rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás” (67).
Aparece en el contexto de una crisis global provocada por el Covid 19, que viene a agravar la situación de muchas personas empobrecidas en un “mundo en el que persisten numerosas formas de injusticias, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en la ganancia, que no duda en explotar y descartar” (22).
El Papa nos ofrece en su “carta social” principios y claves pastorales de la acción caritativa y social para hacer real el sueño de la fraternidad y configurar una sociedad abierta, capaz de integrar a los excluidos.
Para caminar hacia la fraternidad universal es necesario el reconocimiento de la dignidad de cada persona, siempre y más allá de su circunstancia, pues “todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente” (106-107). Este principio supone, ante todo, mirar al pobre, escuchar su voz y hacerse cargo de su realidad como el Buen Samaritano. Pero no es cuestión de hacerlo solos, individualmente, sino de buscar a otros y encontrarnos en un “nosotros” que sea más fuerte que la suma de pequeñas individualidades (71, 76-78). Nuestros esfuerzos ante las personas en situación de exclusión social, pobres, migrantes, víctimas de trata, han de orientarse a cuatro acciones: acoger, proteger, promover e integrar para garantizar su plena ciudadanía la cual “se basa en la igualdad de derechos y deberes bajo cuya protección todos disfrutan de la justicia”. (129, 131).
La mejor manera de ayudar a los pobres es trabajar por su promoción a través del trabajo (decente). “El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo”. Éste es una dimensión esencial de la vida social ya que “no sólo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo”. (162). En las actuales circunstancias es “imperiosa una política económica activa orientada a promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial, para que sea posible acrecentar los puestos de trabajo en lugar de reducirlos” (168).
El sueño de la amistad se va logrando si nos vamos concienciando de la función social de nuestros bienes. La propiedad ha de ser considerada como un derecho, pero no absoluto, pues está subordinada al destino universal de los bienes creados por Dios para sustentar a todos sin excluir a nadie, ni privilegiar a ninguno (120). Efectivamente, “el mundo existe para todos, porque todos los seres humanos nacemos en esta tierra con la misma dignidad”, en consecuencia, como comunidad estamos llamados a garantizar que toda persona tenga las oportunidades adecuadas para su desarrollo integral (118). Éste no debe orientarse, por tanto, a la acumulación creciente de unos pocos, sino a asegurar los derechos humanos de todos, incluidos los de las naciones (122).
Una sociedad abierta e inclusiva transita por los caminos de la solidaridad y la subsidiariedad, dos principios de organización social inseparables. La Solidaridad, entendida como servicio y cuidado de los más frágiles, que va más allá de algunos actos de generosidad esporádico e implica luchar contra las causas estructurales de la pobreza y la desigualdad, abarcando hasta el cuidado de la casa común (115-116). Esta solidaridad camina de la mano de la subsidiariedad para garantizar la participación de los mismos excluidos en la búsqueda de su propio desarrollo, porque la fraternidad no puede consistir en “reducir al otro a la pasividad” ni domesticarlo (187).
Se trata, por tanto, de “generar procesos sociales de fraternidad y justicia para todos”, que permitan modificar las condiciones sociales que provocan sufrimiento (180, 186), por eso nuestra caridad ha de ser política y transformadora “dirigida a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer miseria” (186). Esto es un compromiso que ha de asumir toda la sociedad por el bien común: “tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos” (168)
En un mundo tan plural, la fraternidad, a la que nos invita el papa Francisco, implica colaborar en la cultura del encuentro, más allá de las dialécticas que dividen y enfrentan, para “conformar ese poliedro que representa una sociedad donde las diferencias conviven complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente” (215). Se necesita diálogo y consenso, acogida y hospitalidad, fecundo intercambio y horizonte universal (133-139). Se trata de salir de sí mismo para acoger al otro y superar los límites de las fronteras y los muros (129).
Pero no podemos olvidar que “sin apertura al Padre de todos, no habrá razones sólidas y estables para el llamado a la fraternidad… porque la razón por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y establecer una convivencia cívica, pero no consigue fundar la hermandad” (272). Necesitamos cultivar la mística de la fraternidad. Para los cristianos, el manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio. “Si la música del Evangelio [del Buen Samaritano] deja de sonar en nuestras entrañas, habremos perdido la alegría que brota de la compasión y… habremos apagado la melodía que nos desafía a luchar por la dignidad de todo hombre y mujer” (277). Así nos vemos desafiados a volver a nuestras fuentes para concentrarnos en lo esencial: “la adoración a Dios y el amor al prójimo” (282).
Todas estas claves iluminan y fundamentan la apuesta por la fraternidad y la amistad social de una Iglesia que quiere “servir y salir de casa para acompañar la vida, sostener la esperanza, tender puentes y romper muros” (276).
Vicente Martín Muñoz, director de la Subcomisión Episcopal de Acción Caritativa y Social .
Apuntes de la encíclica Fratelli Tutti en clave de Pastoral Penitenciaria

No perder nunca la esperanza (en la cárcel tampoco)
55. Invito a la esperanza, que «nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive….”.
Denunciar la indiferencia de una sociedad que pasa de largo de los pobres, vulnerables
73. Luego la parábola (del Buen Samaritano) nos hace poner la mirada claramente en los que pasan de largo. …peligrosa indiferencia de no detenerse, inocente o no, producto del desprecio o de una triste distracción.
74. En los que pasan de largo hay un detalle que no podemos ignorar; eran personas religiosas. Es más, se dedicaban a dar culto a Dios: un sacerdote y un levita. Esto es un fuerte llamado de atención, indica que el hecho de creer en Dios y de adorarlo no garantiza vivir como a Dios le agrada.
Oportunidad de rehabilitación – justicia restaurativa
77. Cada día se nos ofrece una nueva oportunidad, una etapa nueva. ….. Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas.
78. Es posible comenzar de abajo y de a uno. Dejemos de ocultar el dolor de las pérdidas y hagámonos cargo de nuestros crímenes, desidias y mentiras. La reconciliación reparadora nos resucitará, y nos hará perder el miedo a nosotros mismos y a los demás.
Los descartados (de la cárcel)…no cumplen función alguna
101. … El hombre herido y abandonado en el camino (Parábola del Buen Samaritano) era una molestia para ese proyecto, una interrupción, y a su vez era alguien que no cumplía función alguna.
Diferencias sociales marcan el futuro de muchos presos
106. «el solo hecho de haber nacido en un lugar con menores recursos o menor desarrollo no justifica que algunas personas vivan con menor dignidad»
108. Invertir a favor de los frágiles puede no ser rentable, puede implicar menor eficiencia.
109. Algunos nacen en familias de buena posición económica, reciben buena educación, crecen bien alimentados, o poseen naturalmente capacidades destacadas. Ellos seguramente no necesitarán un Estado activo y sólo reclamarán libertad. Pero evidentemente no cabe la misma regla para una persona con discapacidad, para alguien que nació en un hogar extremadamente pobre, para alguien que creció con una educación de baja calidad y con escasas posibilidades de curar adecuadamente sus enfermedades.
Todos somos iguales…¿de verdad?
118. El mundo existe para todos, porque todos los seres humanos nacemos en esta tierra con la misma dignidad. Las diferencias de color, religión, capacidades, lugar de nacimiento, lugar de residencia y tantas otras no pueden anteponerse o utilizarse para justificar los privilegios de unos sobre los derechos de todos.
121. Entonces nadie puede quedar excluido, no importa dónde haya nacido, y menos a causa de los privilegios que otros poseen porque nacieron en lugares con mayores posibilidades.
Prevención a través de la educación (familias-educadores)
114. Quiero destacar la solidaridad, que…exige el compromiso de todos aquellos que tienen responsabilidades educativas y formativas. En primer lugar, me dirijo a las familias, llamadas a una misión educativa primaria e imprescindible. Ellas constituyen el primer lugar en el que se viven y se transmiten los valores del amor y de la fraternidad, de la convivencia y del compartir, de la atención y del cuidado del otro. Ellas son también el ámbito privilegiado para la transmisión de la fe desde aquellos primeros simples gestos de devoción que las madres enseñan a los hijos. Los educadores y los formadores que, en la escuela o en los diferentes centros de asociación infantil y juvenil, tienen la ardua tarea de educar a los niños y jóvenes, están llamados a tomar conciencia de que su responsabilidad tiene que ver con las dimensiones morales, espirituales y sociales de la persona. Los valores de la libertad, del respeto recíproco y de la solidaridad se transmiten desde la más tierna infancia.
Pastoral penitenciaria, servicio a personas no ideas
115. ….nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a personas».
Reinserción a través del trabajo
162. El gran tema es el trabajo. Esa es la mejor ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo».
Transformar la sociedad, también es caridad y pastoral
186….Es caridad acompañar a una persona que sufre, y también es caridad todo lo que se realiza, aun sin tener contacto directo con esa persona, para modificar las condiciones sociales que provocan su sufrimiento. Si alguien ayuda a un anciano a cruzar un río, y eso es exquisita caridad, el político le construye un puente, y eso también es caridad. Si alguien ayuda a otro con comida, el político le crea una fuente de trabajo, y ejercita un modo altísimo de la caridad que ennoblece su acción política.
El delito no relacionarlo con pecado
234. Si a veces los más pobres y los descartados reaccionan con actitudes que parecen antisociales, es importante entender que muchas veces esas reacciones tienen que ver con una historia de menosprecio y de falta de inclusión social.
Perdón y reconciliación (utopía de la pastoral penitenciaria)
237. El perdón y la reconciliación son temas fuertemente acentuados en el cristianismo y, de diversas formas, en otras religiones.
El perdón y la víctima
241. No se trata de proponer un perdón renunciando a los propios derechos ante un poderoso corrupto, ante un criminal o ante alguien que degrada nuestra dignidad. Estamos llamados a amar a todos, sin excepción, pero amar a un opresor no es consentir que siga siendo así; tampoco es hacerle pensar que lo que él hace es aceptable. Al contrario, amarlo bien es buscar de distintas maneras que deje de oprimir, es quitarle ese poder que no sabe utilizar y que lo desfigura como ser humano. Perdonar no quiere decir permitir que sigan pisoteando la propia dignidad y la de los demás, o dejar que un criminal continúe haciendo daño. Quien sufre la injusticia tiene que defender con fuerza sus derechos y los de su familia precisamente porque debe preservar la dignidad que se le ha dado, una dignidad que Dios ama. Si un delincuente me ha hecho daño a mí o a un ser querido, nadie me prohíbe que exija justicia y que me preocupe para que esa persona —o cualquier otra— no vuelva a dañarme ni haga el mismo daño a otros. Corresponde que lo haga, y el perdón no sólo no anula esa necesidad, sino que la reclama.
243….Incluso ante las ofensas recibidas, la bondad no es debilidad, sino auténtica fuerza, capaz de renunciar a la venganza».
246. A quien sufrió mucho de manera injusta y cruel, no se le debe exigir una especie de “perdón social”. La reconciliación es un hecho personal, y nadie puede imponerla al conjunto de una sociedad, aun cuando deba promoverla. En el ámbito estrictamente personal, con una decisión libre y generosa, alguien puede renunciar a exigir un castigo (cf. Mt 5,44-46), aunque la sociedad y su justicia legítimamente lo busquen. Pero no es posible decretar una “reconciliación general”, pretendiendo cerrar por decreto las heridas o cubrir las injusticias con un manto de olvido. ¿Quién se puede arrogar el derecho de perdonar en nombre de los demás? Es conmovedor ver la capacidad de perdón de algunas personas que han sabido ir más allá del daño sufrido, pero también es humano comprender a quienes no pueden hacerlo. En todo caso, lo que jamás se debe proponer es el olvido.
Perdonar no es olvidar
250. El perdón no implica olvido. Decimos más bien que cuando hay algo que de ninguna manera puede ser negado, relativizado o disimulado, sin embargo, podemos perdonar. Cuando hay algo que jamás debe ser tolerado, justificado o excusado, sin embargo, podemos perdonar. Cuando hay algo que por ninguna razón debemos permitirnos olvidar, sin embargo, podemos perdonar.
251. Los que perdonan de verdad no olvidan, pero renuncian a ser poseídospor esa misma fuerza destructiva que los ha perjudicado. Rompen el círculo vicioso, frenan el avance de las fuerzas de la destrucción. Deciden no seguir inoculando en la sociedad la energía de la venganza que tarde o temprano termina recayendo una vez más sobre ellos mismos. Porque la venganza nunca sacia verdaderamente la insatisfacción de las víctimas. Hay crímenes tan horrendos y crueles, que hacer sufrir a quien los cometió no sirve para sentir que se ha reparado el daño; ni siquiera bastaría matar al criminal, ni se podrían encontrar torturas que se equiparen a lo que pudo haber sufrido la víctima. La venganza no resuelve nada.
252. Tampoco estamos hablando de impunidad. Pero la justicia sólo se busca adecuadamente por amor a la justicia misma, por respeto a las víctimas, para prevenir nuevos crímenes y en orden a preservar el bien común, no como una supuesta descarga de la propia ira. El perdón es precisamente lo que permite buscar la justicia sin caer en el círculo vicioso de la venganza ni en la injusticia del olvido.
La pena de muerte
263. Hay otra manera de hacer desaparecer al otro, que no se dirige a países sino a personas. Es la pena de muerte. San Juan Pablo II declaró de manera clara y firme que esta es inadecuada en el ámbito moral y ya no es necesaria en el ámbito pena. Hoy decimos con claridad que «la pena de muerte es inadmisible» y la Iglesia se compromete con determinación para proponer que sea abolida en todo el mundo.
266. Los miedos y los rencores fácilmente llevan a entender las penas de una manera vindicativa, cuando no cruel, en lugar de entenderlas como parte de un proceso de sanación y de reinserción en la sociedad….. Esto ha vuelto particularmente riesgosa la costumbre creciente que existe en algunos países de acudir a prisiones preventivas, a reclusiones sin juicio y especialmente a la pena de muerte.
267. Quiero remarcar que «es imposible imaginar que hoy los Estados no puedan disponer de otro medio que no sea la pena capital para defender la vida de otras personas del agresor injusto». Particular gravedad tienen las así llamadas ejecuciones extrajudiciales o extralegales, que «son homicidios deliberados cometidos por algunos Estados o por sus agentes, que a menudo se hacen pasar como enfrentamientos con delincuentes o son presentados como consecuencias no deseadas del uso razonable, necesario y proporcional de la fuerza para hacer aplicar la ley».
268.1. «Los argumentos contrarios a la pena de muerte son muchos y bien conocidos. La Iglesia ha oportunamente destacado algunos de ellos, como la posibilidad de la existencia del error judicial y el uso que hacen de ello los regímenes totalitarios y dictatoriales, que la utilizan como instrumento de supresión de la disidencia política o de persecución de las minorías religiosas y culturales, todas víctimas que para sus respectivas legislaciones son “delincuentes”.
Condiciones carcelarias, respeto dignidad humana
268.2. Todos los cristianos y los hombres de buena voluntad están llamados, por lo tanto, a luchar no sólo por la abolición de la pena de muerte, legal o ilegal que sea, y en todas sus formas, sino también con el fin de mejorar las condiciones carcelarias, en el respeto de la dignidad humana de las personas privadas de libertad.
Condena la cadena perpetua
268.3. Y esto yo lo relaciono con la cadena perpetua. […] La cadena perpetua es una pena de muerte oculta».
El preso no pierde su dignidad personal
269. Recordemos que «ni siquiera el homicida pierde su dignidad personal y Dios mismo se hace su garante». El firme rechazo de la pena de muerte muestra hasta qué punto es posible reconocer la inalienable dignidad de todo ser humano y aceptar que tenga un lugar en este universo. Ya que, si no se lo niego al peor de los criminales, no se lo negaré a nadie, daré a todos la posibilidad de compartir conmigo este planeta a pesar de lo que pueda separarnos.
P. Florencio Roselló Avellanas, director del departamento de Pastoral Penitenciaria. CEE
El Buen samaritano, la clave de lectura de Fratelli tutti (FT).
Una homilía de Orígenes nos ayuda a comprenderla

El Buen samaritano de la parábola emplea para atender al hombre que está medio muerto en la orilla del camino lo que normalmente usaba un sacerdote: el aceite para ungir y vino para curar. El samaritano nos recuerda que todo sacerdote, también hoy ha de ser buen samaritano. Nos recuerda que un sacerdote actúa como sacerdote siendo buen samaritano.
Los sacerdotes judíos formaban parte del clero que servía en el templo de Jerusalén, y dentro del clero había una jerarquía. Primero estaba el Sumo sacerdote, y después los sacerdotes principales. Los sacerdotes ordinarios eran los que servían en el Templo de Jerusalén durante una semana cada 24 semanas; o sea, cada sacerdote servía en el templo por dos ocasiones cada año. Otros sacerdotes servían en el templo durante las tres festividades principales del año, por tanto trabajaban en el templo cinco semanas al año. No todos los sacerdotes vivían en Jerusalén; muchos de ellos vivían en Jericó, una ciudad cercana, o en otras ciudades de Israel. Por tanto, los que no vivían en Jerusalén tenían que desplazarse hasta la ciudad santa. Algunos poseían grandes riquezas y eran considerados como parte de la aristocracia; otros, eran pobres, y tenían un oficio profano (Por ejemplo, trabajaban como escribas, cuando no estaban sirviendo en el templo. En la parábola que sirve de icono bíblico a Fratelli tutti no se nos da más detalles sobre el sacerdote, pero los que oyeron a Jesús contar esta parábola, enseguida debieron de suponer que regresaba a su casa en Jericó tras haber estado una semana sirviendo en el templo.
La parábola del Buen Samaritano es una de las parábolas más conocidas, más sugerentes y más simbólicas del evangelio de san Lucas. Jesús mismo narra esta parábola, con la intención de mostrarnos qué es la caridad, redefiniendo –de una manera nueva- la categoría de prójimo: todo aquel que obra misericordiosa y compasivamente con otro hombre.
Ya Pablo VI, al clausurar el Concilio señaló que “aquella antigua historia del buen samaritano ha sido el ejemplo y la norma según la cual se ha regido la espiritualidad de nuestro Concilio. Además, un amor inmenso a los hombres lo ha llenado totalmente. Las necesidades humanas conocidas y meditadas de nuevo, que son tanto más penosas cuanto más crece el hijo de la tierra, absorbieron toda la atención de este Sínodo nuestro. Vosotros, humanistas modernos que negáis las verdades que trascienden la naturaleza de las cosas, conceded al menos este mérito al Concilio y reconocer nuestro nuevo humanismo, pues también nosotros, nosotros más que nadie, somos cultivadores del hombre” (Discurso de clausura del Concilio Vaticano II, 7 de diciembre de 1965).
Como eco de aquellas palabras, como si de una “nueva recepción” del Concilio se tratara, el papa Francisco recoge de nuevo la parábola (FT 56-86) y la presenta como el “icono” donde la Iglesia aprende a dar a su capacidad de amar una “dimensión universal”, pues el Buen Samaritano, Cristo, es el quien se ha aproximado a todo hombre “medio muerto” que yace en el borde de los caminos.
La parábola, situada en el capítulo II de la encíclica, es la clave de lectura y el principio inspirador de Fratelli tutti (FT), pues no en vano ésta bebe de las fuentes del Evangelio. “Otros beben de otras fuentes. Para nosotros, ese manantial de la dignidad y de la fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo” (277).
Presentamos una homilía del Buen Samaritano (XXXIV) que Orígenes, autor del siglo II-III, en su comentario al Evangelio de Lucas[1], pronunció siendo presbítero entre los años 245-250 y que viene a iluminar, también hoy, las grandes líneas maestras de la encíclica: compasión, prójimo, misericordia.
Benedicto XVI, reconociendo la grandeza humana y espiritual de este autor, no le escatimó elogios en varios momentos de su pontificado: «salta a la vista el papel primordial que ha desempeñado Orígenes en la historia de la ‘lectio divina’. San Ambrosio, obispo de Milán, que aprendió a leer las Escrituras con las obras de Orígenes, la introdujo después en Occidente para entregarla a San Agustín y a la tradición monástica sucesiva».
La homilía de Orígenes sobre el Buen samaritano «constituye la parte mejor de su obra, en ella pone lo mejor de sí mismo; es donde más se revela él mismo”.
Comienza Orígenes[2] diciendo: “Aunque son muchos los preceptos en la Ley, sin embargo, el Salvador dejó en el Evangelio, a modo de resumen, aquellos que, si los obedeces, te conducirán a la vida eterna. Refiriéndose a éstos, un doctor de la ley le había preguntado: Maestro ¿haciendo qué poseeré la vida eterna?, le respondió Jesús: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees? Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza y con toda tu mente, y a tu prójimo, como a ti mismo[3]. Haz esto, y vivirás[4].
No hay duda que el doctor de la ley le había preguntado sobre la vida eterna y la palabra del Salvador le había respondido. Y a la vez, este precepto de la Ley nos enseña muy claramente que amemos a Dios. Escucha, Israel, -dice el Deuteronomio- el Señor tu Dios es el único Dios, y amarás al Señor tu Dios con toda tu mente, y lo que sigue, y al prójimo como a ti mismo[5]. El Salvador ha dado testimonio sobre todas estas verdades diciendo: de estos dos mandamientos pende toda la ley y los profetas[6]. Pero el doctor de la ley, queriendo justificarse a sí mismo y mostrar que nadie era su prójimo, dice: ¿Quién es mi prójimo? El Señor le enseñó entonces una parábola, que tiene como comienzo: Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó[7] y lo que sigue. Y enseña que este hombre que bajaba no había sido prójimo de nadie, sino del que había querido guardar los mandamientos y prepararse para ser prójimo de todo hombre que necesite ayuda. Esto es lo que se pone de relieve al final de la parábola: ¿quién de estos tres[8] te parece que fue prójimo del que cayó en manos de ladrones? Pues ni el sacerdote, ni el levita fueron prójimos, sino que su prójimo fue aquél que, como respondió el doctor de la ley, practicó la misericordia; por eso el Salvador también nos dice: Vete y haz tú lo mismo.
Decía un cierto comentario de un presbítero, queriendo interpretar la parábola[9], que el hombre que bajaba representa a Adán; Jerusalén, el paraíso; Jericó, el mundo; los ladrones, las fuerzas enemigas; el sacerdote, la ley; el levita, los profetas; el samaritano, Cristo. Las heridas significan la desobediencia; el animal, el cuerpo del Señor; el «pandoquium», es decir, la posada, abierta para todos los que quieren entrar, simboliza la Iglesia; los dos denarios, representan al Padre y al Hijo; el posadero, al que preside la Iglesia, a quien se ha confiado regirla; y la promesa del samaritano, que habría de volver, representaba la segunda venida del Salvador.
Esta interpretación es espiritual y bella, sin embargo, no hay que pensar que pueda aplicarse a cada hombre. Pues, ni todo hombre ha bajado de Jerusalén a Jericó, ni por eso todos los hombres viven en el mundo presente; pero Cristo, que ha sido enviado, ha venido a causa de las ovejas perdidas de la casa de Israel[10]. El hombre que baja de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de ladrones, precisamente porque él mismo ha querido descender[11]. Los ladrones son ésos de quienes el Salvador dice: todos los que han venido delante de mí, han sido salteadores y ladrones[12]. Y, sin embargo, aquel hombre no cayó en manos de salteadores, sino en manos de ladrones, que son mucho peor que los simples salteadores, puesto que al hombre que bajaba desde Jerusalén, cuando cayó en sus manos, lo golpearon y le cubrieron de heridas. ¿Cuáles son los golpes? y ¿Cuáles las heridas con las que está cubierto este hombre? Los vicios y pecados.
Los ladrones, ésos que le habían desnudado y herido, no socorren sin demora al desnudo, sino que, después de haberle agredido de nuevo con más golpes, lo abandonan; por eso dice la Escritura: después de despojarle y llenarle de heridas, se fueron y le dejaron no muerto, sino medio muerto. Pero sucedió que por el mismo camino bajaban un sacerdote primero y luego un levita, que quizá habían hecho algún bien a otros hombres, pero a éste, que había bajado de Jerusalén a Jericó, no. El sacerdote que, según pienso, representa la Ley, ve al samaritano; e igualmente lo vio el levita, que según creo, simboliza los Profetas; aunque le vieron, pasaron de largo y lo dejaron abandonado. Sin embargo, la Providencia mantenía a este hombre moribundo, bajo el cuidado del que era más fuerte que la Ley y los Profetas, es decir, del Samaritano, que significa «guardián». Este es el que no duerme ni descansa, custodiando a Israel[13]. Y ese samaritano se ha puesto en camino, para ayudar al que estaba medio muerto, bajando no de Jerusalén a Jericó, como el sacerdote o el levita, o si baja, baja para salvar y proteger al que iba a morir, ése al que los judíos dijeron: Tú eres un samaritano y tienes un demonio[14]; [Jesús], después de negar que estuviese poseído por un demonio, no quiso negar que fuese samaritano, pues él se sabía su guardián.
Así, [el samaritano], después de haberse acercado al hombre medio muerto y haberle visto bañarse en su propia sangre, se compadeció y se acercó a él para ser su prójimo[15], le vendó las heridas, y le echó aceite mezclado con vino y no dijo lo que se lee en el profeta: no hay que aplicarle ni ungüento ni aceite ni vendas[16]. Ese es el samaritano, cuyo cuidado y auxilio necesitan todos los que padecen algún mal; pero el hombre que, bajando de Jerusalén, había caído en manos de ladrones, que lo habían herido y abandonado moribundo, sobre todo necesitaba ayuda de ese samaritano. Pero, para que entiendas cómo la Providencia de Dios guiaba a ese samaritano, te ha mostrado que, bajando a curar al que había caído en manos de ladrones, llevaba consigo vendas, aceite y vino. Yo así lo pienso, ciertamente: el samaritano llevaba consigo estos remedios, no sólo para este moribundo, sino también para otros que, heridos por causas diversas, necesitasen vendas, aceite y vino.
Llevaba consigo aquel aceite del que dice la Escritura: que con el aceite brille el rostro[17], sin duda, el rostro que había sido curado. [El samaritano], para calmar la hinchazón de las heridas, emplea el aceite y, con un vino mezclado con no sé qué sustancia amarga, limpia las heridas al herido[18]. Luego lo montó sobre su cabalgadura, es decir, sobre su propio cuerpo, según el hombre que se dignó a asumir. Este samaritano lleva nuestros pecados[19] y sufre por nosotros; lleva al moribundo y lo conduce a una posada, es decir, a la Iglesia, que acoge a todos, no niega su ayuda a ninguno y a la que todos son invitados por Jesús: Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os descansaré[20].
Y después de haberle llevado a la posada, no lo abandona inmediatamente, sino que permanece con él durante un día y le cura las heridas, no solamente durante el día, sino también durante la noche, ofreciéndole toda su atención y cuidado. Y cuando por la mañana se prepara para salir, de su valioso dinero, de sus propias riquezas, tomó dos denarios, y se los da al posadero, que sin duda es el ángel de la Iglesia[21], mandándole que lo cure cuidadosamente y le acompañe hasta la completa sanación de ese hombre que él mismo había curado por poco tiempo. Los dos denarios representan, me parece a mí, el conocimiento del Padre y del Hijo y el conocimiento de este misterio: el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre[22]. Ellos constituyen como el salario entregado al ángel, para que cure con sumo cuidado al hombre que le ha sido confiado. Y al ángel se le promete que le será devuelto, lo que haya gastado en la curación del moribundo[23].
Este guardián de las almas se ha mostrado verdaderamente más cercano a los hombres que la Ley y los Profetas, teniendo misericordia con éste que había caído en manos de ladrones, y se ha aparecido a su prójimo, no tanto por las palabras como por las obras. Para nosotros es posible: sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo[24], imitar a Cristo y tener misericordia de los que habían caído en manos de los ladrones, acercarse a ellos, curar sus heridas, derramar sobre ellos aceite y vino, montarles sobre nuestra propia cabalgadura y llevar sus cargas. Para exhortarnos a hacer estas cosas, el Hijo de Dios se dirige no tanto al doctor de la Ley, sino a todos nosotros, diciendo: vete y haz tú lo mismo. Si nosotros hiciéramos lo mismo, conseguiríamos la vida eterna en Cristo Jesús, a quien corresponde la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén[25].
Conclusión
En los últimos años, y tras varios siglos de olvido, han surgido algunas mentes lúcidas capaces de descubrir a Orígenes como un gran maestro, y se ha producido una rehabilitación global de su figura y su obra. J. Daniélou afirmaba que “Orígenes es, junto con San Agustín, el genio más grande del cristianismo antiguo”; H. de Lubac, por su parte, opinaba que “Orígenes es uno de los más grandes místicos de la tradición cristiana”; Urs von Balthasar pensaba que es “el autor que más ha influido en la historia de la Iglesia… que no hay en la Iglesia ningún hombre que haya permanecido invisiblemente tan omnipresente como Orígenes”, y como si de una confidencia personal se tratase, el teólogo suizo confiesa: “Orígenes sigue siendo para mí el más genial de los intérpretes de amplio espectro y amantes de la Palabra de Dios. En ninguna parte me encuentro tan bien como con él”; y dos grandes profesores de la Literatura cristiana antigua lo califican como “el genio quizá más grande de la Antigüedad cristiana en el Oriente” (P. Orbe) y, un coetáneo suyo, el gran M. Simonetti reconoce que “si vamos a las raíces de todas las doctrinas de la teología antigua es imposible no toparse con Orígenes. Es el nudo más importante de la teología patrística, el forjador de la pionera cosmovisión científica cristiana”. Benedicto XVI en su ciclo de catequesis sobre los Padres habló con veneración del alejandrino: “Orígenes es una de las personalidades determinantes para todo el desarrollo del pensamiento cristiano…, un verdadero ‘maestro’… un brillante teólogo…, un testigo ejemplar de la doctrina que transmitía…, el autor más prolífico de los tres primeros siglos cristianos…, el que lleva a cabo un cambio irreversible en el desarrollo del pensamiento cristiano”.
Orígenes se dejó impactar por la parábola del Buen Samaritano. La Iglesia hoy debe volver a aquellas fuentes que renuevan su identidad y su misión en el mundo como “sacramento universal de salvación”, pues “si la música del Evangelio deja de sonar en nuestras casas, en nuestras plazas, en los trabajos, en la política y en la economía, habremos apagado la melodía que nos desaviaba a luchar por la dignidad de todo hombre y mujer” (FT 277). El buen samaritano se ha convertido en el símbolo típico de la fraternidad humana y del “humanismo”, siendo una de las parábolas bíblicas que fundamentan y sostienen la defensa de los derechos humanos.
[1] Orígenes, un maestro para el Monacato. Homilías sobre el Evangelio de san Lucas, Monte Casino, Zamora, 2017.
[2] Desde Ireneo, pasando por la Edad Media, la Reforma, hasta el siglo XIX, ha sido frecuente una explicación cristológica –Cristo es el buen samaritano- o eclesiológica –la posada sería un símbolo de la Iglesia-, o incluso de carácter sacramental –el vino y el aceite como signos de los sacramentos pascuales-.
[3] Dt 6, 5.
[4] Cf. Lv 18, 5.
[5] Dt 6, 4-5
[6] Mt 22, 40.
[7] ‘Jericó’ (=ciudad de las palmeras), construida por Herodes el Grande, para Orígenes es símbolo de este mundo. ‘Jerusalén’ para casi toda la tradición es símbolo del Paraíso.
[8] Probablemente el sacerdote era uno de los que prestaban el servicio en el templo de Jerusalén y que, al concluir los días de su turno, volvía a su casa. Jericó era una de las ciudades donde residían algunos sacerdotes del templo de Jerusalén. El levita se refiere a uno de los miembros de la tribu de Leví, es decir, a los descendientes del tercer hijo de Jacob. En el Antiguo Testamento se usaba, por lo general, el término ‘levita’ como designación de los descendientes de Leví, pero que no habían nacido de la rama de Aarón; tenían a su cargo ciertas funciones secundarias relacionadas con el culto y con el servicio ritual en el templo. El adjetivo samaritano, originariamente tuvo meras connotaciones geográficas, como referencia a los habitantes de Samaría, la capital del reino del norte. Con el paso del tiempo se convirtió en designación étnico-religiosa, aplicada a los habitantes de la región comprendida entre Galilea y Judea, al este del Jordán. El samaritano –como personaje- actúa como contrapunto de los dos anteriores, miembros de la comunidad judía palestinense, que consideraban a este individuo como un pagano. De hecho, casi con seguridad se acordarían que entre el año 6 y 9 d. de Cristo, los samaritanos habían profanado la plaza del templo durante unas fiestas de Pascua esparciendo huesos humanos. Está claro que Jesús elige intencionadamente ejemplos extremos.
[9] Orígenes, antes de ofrecer su exégesis, trascribe la de un presbítero que no nombra, aunque en el fondo, aprueba su comentario: “un hombre herido en el camino de Jerusalén a Jericó, símbolo de Adán expulsado del paraíso por su desobediencia y caído en el mundo, al que el Samaritano-Cristo socorre”. La situación de este primer hombre creado está expresando la situación de la humanidad. El Camino de Jerusalén a Jericó era conocido como “Camino de Sangre”, en razón de la sangre que allí se derramaba, dando prueba ese nombre popular de los numerosos peligros que entrañaba ir de una ciudad a otra. El camino, de unos 28 kilómetros, atraviesa parajes “desérticos y pedregosos”, siendo un continuo descenso, desde unos 800 metros sobre el nivel del mar, bajando hasta alcanzar unos 260 bajo el nivel del mar.
[10] Mt 15, 24.
[11] «No es lo mismo bajar –que evoca cierta culpabilidad- que descender –como el Verbo- enviado del Padre, o simplemente –como el Bautista- enviado de Dios. Este samaritano desciende no por culpa, sino para quitar la culpa… Orígenes habla del hombre que culpablemente quiso descender al mundo; y no de Cristo, ‘que quiso descender para salvar al mundo’.
[12] Jn 10, 8.
[13] Sal 121, 4.
[14] Jn 8, 48.
[15] Prójimo es todo necesitado que encontremos en nuestro camino, todo aquel que pueda ser objeto de nuestra compasión y de nuestros desvelos, por encima de nuestra raza y de nuestras convicciones religiosas. Le ley establecía que quien tocara un cadáver ensangrentado quedaría impuro hasta la noche, y alguien impuro no podía participar de los rituales religiosos. Esta impureza legal formaba parte del Pentateuco samaritano, pero esas normas no fueron obstáculo para que el samaritano antepusiera sus sentimientos de compasión y de entrega a cualquier clase de restricción legal que, en casos como éste, deben ser superados por la misericordia y por el amor. El prójimo es el destinatario de un acto de misericordia. No vale plantear el problema en términos legales: ¿de quién era prójimo el hombre medio muerto, víctima de los salteadores y ladrones? ¿del sacerdote? ¿del levita? ¿del samaritano? El planteamiento es al revés: ¿quién de ellos ‘se hizo prójimo’ del que cayó en manos de los bandidos? El quid de la cuestión es que mientras la mera proximidad no produce amor, el amor produce una “cordialidad” que aproxima cualquier herida y cualquier dolor a nuestra vida.
[16] Is 1, 6.
[17] Sal 104, 15.
[18] Este remedio del samaritano “entraña un simbolismo sacramental. En tiempos de Orígenes, los heterodoxos, eran partidarios de la mezcla «óleo y agua», y la gran Tradición de la Iglesia optó para la unción de los enfermos por «óleo y vino», cf. A. Orbe, Parábolas evangélicas en san Ireneo I, Madrid 1982, 121. Estos dos elementos eran las provisiones que llevaba el samaritano para su viaje. Desde la Antigüedad se conocía el valor terapéutico de la mezcla de esos dos “líquidos”. En el Antiguo Testamento, el aceite tiene la propiedad de suavidad el ardor de las heridas. En el Nuevo, el aceite sirve, ante todo, para la unión de los enfermos. En esta parábola el aceite derramado compasivamente para calmar el dolor se convierte en imagen de la misericordia. En tiempos de Jesucristo, ya los Apóstoles ‘ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban’ (Mc 6, 13). En la Iglesia el aceite se emplea en parte en estado natural y en parte mezclado con bálsamo y otras especias, llamadas “crisma”. El aceite indica simbólicamente la gracia y al que da la gracia, el Espíritu Santo. El vino, por su parte, es una imagen de la alegría y de vida. Jesús, como primer milagro, transformó el agua en vino (Jn 2, 3-10), una referencia a la bendición inminente del Reino de Dios. Las propiedades ácidas del vino le dan un efecto antiséptico, que aparece en la parábola. Ya en los primeros siglos, el aceite y el vino mezclados tienen efectos saludables y conducen a la salvación, en un sentido sobrenatural.
[19] Mt 8, 17; Is 53, 4.
[20] Mt 11, 28.
[21] El mesonero se refiere en la Tradición de la Iglesia a los Apóstoles y a los sucesores de éstos, obispos y maestros de las Iglesias.
[22] Orígenes presenta la relación mutua entre el Padre y el Hijo, y afirma así la naturaleza divina de Cristo. Considera este misterio como propio e indispensable de la fe de todo cristiano.
[23] El samaritano le da todas sus posesiones materiales: aceite, vino, cabalgadura, dinero. Y las emplea para ayudar a un pobre que se encuentra por el camino. Los dos denarios en la exégesis de Orígenes son el salario otorgado al ángel en premio a sus servicios por el hombre. En la de Ireneo se presentan no como retribución, sino como curación por medio del Espíritu.
[24] 1 Cor 4, 16.
[25] 1 Pe 4, 11.
Juan Carlos Mateos, director de la Comisión Episcopal para el Clero y Seminarios.
“Fui forastero y me acogisteis” (Mt 25,35)

La parábola del buen samaritano es el texto escogido por el papa Francisco para inspirar la encíclica Fratelli tutti, y que es la buena noticia que responde a los signos de los tiempos que actualmente vivimos. Todo comienza con un hombre tirado en la cuneta, que ha sido apaleado y está gravemente herido, tiene necesidad de que alguien le socorra, le ayude a levantarse y sane su sufrimiento. Se trata del relato más acertado para comprender en toda su profundidad y dimensión la realidad que muchas personas migrantes y pobres están viviendo. En las últimas semanas estamos siendo testigos de un drama humanitario. En los medios de comunicación podemos ver a cientos de personas tiradas, literalmente, en el muelle de un puerto en las Islas Canarias, o navegando sin rumbo a la deriva en el mar y el océano que bañan nuestras costas. Contemplar estas imágenes bastaría para reconocer al Dios que hoy se sigue encarnando en los tirados de nuestro mundo, los apaleados por la injusticia y los arrojados de la tierra por la indiferencia.
Una realidad que, como humanidad y como cristianos, no debe dejarnos indiferentes. La injusticia hay que mostrarla y denunciarla, pero como no hay protesta sin propuesta, estamos llamados de forma urgente e inmediata a implicarnos seriamente, adquiriendo compromisos concretos que respondan al desafío urgente que nos plantean las migraciones. La Iglesia hoy más que nunca está llamada a ser “hospital de campaña”, como nos dice el papa Francisco, porque son demasiados los que se están quedando tirados en las cunetas de las rutas migratorias, en las profundidades del mar y en los desiertos; muchos de ellos descansarán allí para siempre sin haber tenido la oportunidad de que un buen samaritano se aproxime a socorrerles. Nuestros mares se han convertido en fosas comunes donde descansan para siempre quienes no llegaron a encontrar la paz que buscaban y se quedaron en el intento. No nos engañemos: las cifras de muertos reales superan con creces las que aparecen en las estadísticas.
En el mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2020, el papa Francisco nos proponía seis pares de verbos con una relación causa-efecto. Tres de ellos son: “Conocer para comprender”, “Hacerse próximo para servir”, que también se inspira en la parábola del buen samaritano, y “Compartir para crecer”. En Fratelli tutti, el papa Francisco nos habla siempre en términos de familia humana. Es el eje fundamental de esta encíclica, porque todos somos todos y no unos pocos o un grupo concreto, por lo tanto, nadie puede quedar excluido. Sin esta clave no podemos comprender ni hacernos próximos a quienes por razones diversas y poderosas emprenden un proyecto migratorio que, en la mayoría de los casos, entraña muchos riesgos y peligros.
El buen samaritano se hace próximo para servir a un ser humano que le necesita y está tan destrozado que no tiene fuerzas ni para pedir auxilio, es un descartado. Se hace próximo para servir, responde a quien le necesita, le acoge, se ocupa de él, le cuida. Sabemos que han sido unos bandidos, pero no sabemos mucho más sobre las causas. “Conocer para comprender” es una invitación a preocuparnos y ocuparnos de las causas que han llevado a muchas personas a ponerse en marcha. Detrás de la mayoría está la pobreza, la desigualdad, la injusticia y la vulneración sistemática de derechos. El papa dedica unos puntos concretos de la encíclica a uno de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia: Destino Universal de los Bienes (FT 120,124) y al derecho que todo ser humano tiene a vivir con dignidad y a desarrollarse íntegramente (FT 107).
El destino universal de los bienes es un principio que va de la mano de la solidaridad. La desigualdad y la inequidad a nivel mundial, causa entre otras de las migraciones, son fruto de la apropiación de los bienes universales por parte de unos pocos, que han dejado en la cuneta a otros. “Las diferencias de color, religión, capacidades, lugar de nacimiento, lugar de residencia y tantas otras no pueden anteponerse o utilizarse para justificar los privilegios de unos sobre los derechos de todos” (FT 118). Se nos invita a fundamentar la fraternidad universal también sobre estos dos principios, ya que la solidaridad “También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad…” (FT 116). Para ello es necesario que nos trascendamos, que salgamos de nosotros mismos y de nuestra zona de confort, como personas y como sociedad, “trascenderse a sí mismo y a su grupo de pertenencia” (FT 117). Y para trascendernos hemos de conocer, porque solo de esta forma lograremos realmente comprender al migrante y sus motivaciones. Esta comprensión es el primer paso para trabajar sobre las causas. En definitiva, prevenir y poner los medios eficaces para evitar que otra persona vuelva a ser asaltada y apaleada por unos bandidos. No basta solo con sanar, hemos de aprender como personas y como humanidad a compartir para poder crecer y alcanzar así la fraternidad y la amistad social a la que nos invita el papa Francisco. “Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno” (FT 120). Los derechos no entienden de fronteras, como nos recuerda Francisco “Nadie puede quedar excluido, no importa donde haya nacido” (FT 121).
Mientras tanto, miles de hermanos y hermanas siguen tendiéndonos la mano y pidiéndonos que compartamos con ellos nuestros bienes “los bienes de un territorio no deben ser negados a una persona necesitada que provenga de otro lugar” (FT 124). Porque solo bajándonos de nuestra cabalgadura de sociedad privilegiada y haciéndonos próximos a los migrantes, como hermanos que no entienden de fronteras ni límites, podremos servirles y responder a su grito de auxilio. “Si toda persona tiene una dignidad inalienable, si todo ser humano es mi hermano o mi hermana, y si en realidad el mundo es de todos, no importa si alguien ha nacido aquí o si vive fuera de los límites del propio país.” (FT 125).
A modo de conclusión, quisiera traer a esta reflexión el punto 40 de la encíclica, que expone una visión muy acertada de las migraciones y alude concretamente a Europa, en este momento concreto de nuestra historia en que se debate el nuevo Pacto Migratorio Europeo. “Las migraciones constituirán un elemento determinante del futuro del mundo. Pero hoy están afectadas por una pérdida de ese sentido de la responsabilidad fraterna, sobre el que se basa toda sociedad civil. Europa, por ejemplo, corre serios riesgos de ir por esa senda. Sin embargo, inspirándose en su gran patrimonio cultural y religioso, tiene los instrumentos necesarios para defender la centralidad de la persona humana y encontrar un justo equilibrio entre el deber moral de tutelar los derechos de los ciudadanos, por una parte, y, por otra, el de garantizar la asistencia y a la acogida a los emigrantes”. (FT 40)
María Francisca Sánchez Vara, directora de la Subcomisión Episcopal de migraciones y movilidad humana.