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Una sabiduría cercana
La aspiración de cada persona es muchas veces aspiración a la sabiduría. Queremos conocer los qués y los porqués de las cosas que nos pasan, el sentido de la vida y de la historia, los motivos y las consecuencias del tiempo que vivimos. Pero muchas veces nos faltan maestros. Maestros con experiencia y con conocimiento. Maestros con sabiduría.
Una buena parte de nuestro tiempo lo empleamos en encontrar al que sabe para pedirle respuestas. A veces, sin éxito: no encontramos la persona o la persona no tiene respuestas. Sin embargo, si miramos a nuestro lado encontramos una sabiduría cercana, accesible, disponible, paciente. Es la sabiduría de los mayores, de los ancianos. Siempre dispuestos a dar un buen consejo, una explicación de vida, una interpretación acertada de los tiempos.
Cuando la vida se oscurece y las explicaciones desaparecen, ellos continúan dando luz y esperanza porque a ellos ya les ha pasado de todo y saben que el sol está siempre detrás de las nubes; que a la noche le sigue el día. Los ancianos son, a un tiempo, un complejo de fortaleza, sabiduría, experiencia y amor.
Muchas veces, para no molestar, esperan la pregunta que necesitas hacerle para iluminar tu vida, pero en ocasiones esa pregunta no llega. Su sabiduría pasa desapercibida y desaprovechada. Cuando se es joven uno parece capaz de toda la ciencia, de todas las respuestas, de encontrar la salida para cualquier dificultad. Pero muy pronto, quizá con la llegada del dolor o del sufrimiento, uno descubre que no se sostiene solo, que no es capaz de dar sentido a la vida y que muchas preguntas están sin respuesta. Y entonces caben dos salidas: el silencio de la incertidumbre o la consulta a los mayores.
En este tiempo muchas veces queda descartada la vejez. Se pondera la juventud y la belleza, la salud y el estar en forma. Se denigra la enfermedad y la vejez. Lo hemos visto especialmente durante la pandemia. Se ha oscurecido la referencia de los mayores y ahora, en tantos hogares, se les echa en falta. Bastaba su sola presencia para que hubiera paz, concordia, encuentro. Su ausencia nos ha privado de cosas muy valiosas en la familia. Se nos olvida en la familia que, como dice Francisco L. Bernárdez, lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado.
Es el momento de volver a mirar la ancianidad como lugar de paz y esperanza y reconocer y agradecer su presencia, hacerla valiosa, dotar su vida de sentido. Las jóvenes generaciones deben encontrar en ellos el sentido profundo de su tiempo y una experiencia de vida que les permita mirar el futuro sin temor.
Un grupo de jóvenes voluntarios que acompañan a abuelos en distintas tareas del día a día. Paquita García, residente en Hermanas Hospitalarias de Valencia y María Dolores Jiménez, hermana hospitalaria de Pamplona.
Jóvenes voluntarios
Lía, Laura, Claudia o José. Son cuatro de los jóvenes del programa «Caminando juntos». Son estudiantes y han optado por dedicar su tiempo a acompañar a personas mayores que están solas. Se ofrecen para mejorar la vida de los abuelos, que necesitan desde que les lleven la compra o medicinas hasta que les hagan llamadas. Pero lo más importante de la labor de estos voluntarios, la mayoría de las veces, es paliar su soledad.
Esta ayuda se ha convertido en una oportunidad para intercambiar experiencias. Las personas mayores «nos aportan mucho a los jóvenes con su manera de ver las situaciones porque ya han vivido mucho», reconocen.
“La labor de acompañamiento a las personas mayores es una gran oportunidad para aprender de ellos”
Paquita García
Paquita García vive «muy a gusto» en la residencia de las Hermanas Hospitalarias de Valencia. Entró para recuperarse después de sufrir un ictus y se ha convertido en su hogar.
De la que «ahora es su casa», destaca la alegría: «oigo las risas siempre y a mí me encanta reírme». También están contentos sus hijos, «porque cada vez que vienen a verme sienten que yo soy feliz, que estoy muy contenta. Y es verdad, no tengo que fingir».
“Yo fui a un colegio de religiosas y esta residencia está siendo para mí como un segundo colegio, un aprendizaje a la madurez”
María Dolores Jiménez
María Dolores Jiménez es Hermana Hospitalaria del Sagrado Corazón de Jesús. Las Hermanas Hospitalarias se dedican desde siempre al cuidado de los más vulnerables, especialmente a los ancianos. María Dolores es enfermera diplomada en salud mental, por eso se dedicada principalmente a cuidar este aspecto de las personas mayores.
Con el aumento de la esperanza de vida el número de personas mayores ha aumentado muchísimo. «Nosotros -explica- aplicamos un modelo de atención personalizada, cada uno de nosotros somos distintos y las necesidades también varían».
“Fomentamos el voluntariado, los cuidados y la compañía para que no se sientan solos, para que vivan en un entorno agradable”




