
Marcos Diego es monaguillo, bachiller y además árbitro de fútbol, al que se respeta dentro y fuera del campo
Marcos Diego estudia primer curso de Bachillerato en el Instituto de Educación Secundaria Dr. José Zapatero en Castro Urdiales. Y por el modo en que se desenvuelve tiene trazas de no ser mal estudiante.
Desde los diez años ayuda en Sámano al sacerdote en la iglesia de San Nicolás. Y aunque haberlas haylas, Marcos no se ha formado nunca en una escuela de monaguillos. Por tanto, sobre ornamentos, de tiempos litúrgicos, la eucaristía y otros sacramentos ha ido sabiendo con el tiempo.
La mayoría de sus amigos, ajenos a la Iglesia, desconocen muchas de todas esas cosas, pero sí respetan en Marcos su servicio a la parroquia. Forofo del fútbol, buen conocedor de las reglas en el campo de juego, seguro que en más de una vez les ha aclarado con el deporte su labor de monaguillo.
¿Desde cuándo eres monaguillo?
Soy monaguillo en la iglesia de Sámano desde hace ya seis años, cuando llegó mi párroco Antonio. Me dijo si quería salir de monaguillo y le dije que sí.
Pero no me preparé para ser monaguillo, no estudié para ser monaguillo, así que cada día fui aprendiendo. En su momento tuve que aprender cómo usar el incensario. Es una cosa que requiere su técnica; no es sencilla, pero tampoco demasiado complicado.
¿Y qué dicen tus amigos de que lo seas?
Todos mis compañeros de clase, mis amigos, saben perfectamente que voy todos los domingos a misa y que soy monaguillo. A veces me gastan alguna burla, pero entre amigos, porque siempre se ha quedado ahí. Ellos la mayoría no son creyentes, pero me respetan por ser yo, y sobre todo por ser monaguillo.
¿Consideras que es importante tu labor?
Me apasiona el deporte, sobre todo del fútbol, además soy árbitro. Igual que en el terreno de juego debo estar pendiente de todo lo que pase, en una eucaristía tengo que observar que no haya ningún fuera de juego.
A la vez, me siento muy bien conmigo mismo, incluso con los demás. Crees que estás ayudando en algo durante la eucaristía. Sobre todo,ayudas a que la fe no muera. Merece la pena de ser monaguillo, sentirse bien con uno mismo, y con Dios, con el Señor.
¿Qué es lo que más te gusta hacer?
Ayudar a mi párroco Antonio. Pensar que hago un servicio a la parroquia, para celebrar la eucaristía de la mejor forma posible.
Los domingos estoy con él sobre el altar y antes preparo las cosas; como las formas, además del agua y el vino, para llevar las ofrendas. También me encargo de echar cera en caso de que las velas no lo tengan. Y junto a mi madrepreparo además las lecturas.
Ahora hemos implementado Antonio y yo algo novedoso. Llevamos el control del tiempo que duran las homilías.
Y en el caso de que se nos haya olvidado algo antes de la eucaristía, también me encargo de bajarme del altar y solucionarlo. Ya sea activar los micrófonos, que ha pasado, vamos a ser sinceros. O que el volumen esté demasiado bajo o alto, que también ha sucedido.
Pero luego, aparte, me gusta también que mi párroco Antonio, una vez al año o dos, lo que depende de él, me lleva al cine y a comer. Incluso estas vacaciones de Navidad hemos estado en Madrid, de excursión.

¿Has vivido algún momento difícil?
Por las tareas que conlleva, ser el monaguillo del obispo de Santander, Don Manuel, cuando vino a la iglesia de Sámano para celebrar las confirmaciones. Tal vez por lo nervioso que me puse, había muchísima gente.
¿Cuándo estás más ocupado a lo largo del año?
En Semana Santa, por ejemplo. Lo más complicado para mí es un momento concreto, el de la Vigilia Pascual. Es cuando entramos en la iglesia, que lo hacemos a oscuras. No vemos nada. Hay que tratar de no tropezar al subir al altar. Eso ya es complicado. Pero sobre todo cuando encendemos el incienso. Al final siempre sale todo sobre ruedas.
02/05/2022