
“Construir el futuro con los migrantes y los refugiados”. Con este lema la Iglesia celebra el domingo 25 de septiembre la 108ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. Una jornada que también quiere ser una oportunidad para conocer la pastoral con personas migradas en parroquias y diócesis.
Así se destaca en los materiales que ha difundido el departamento de Migraciones para facilitar la celebración de esta Jornada: «Su trabajo, su capacidad de sacrificio, su juventud y su entusiasmo enriquecen a las comunidades que los acogen. Están revitalizando nuestras comunidades cristianas. Conforman un enorme potencial si, valorando lo que nos aportan, promovemos su inclusión a todos los niveles».
Esta realidad es la que vive doblemente Hilda Vizarro, peruana. Hilda vino de viaje a Burgos hace 32 años, un viaje que le dio la oportunidad de conocer gente en la ciudad. Por eso, cuando en 2003 decidió regresar a España, esta vez para quedarse, aterrizó directamente en la capital burgalesa. “Aquellos conocidos” ahora son su familia. Y ella es, desde 2017, la delegada de migraciones de la diócesis.
En este reto tiene ayuda. Su respaldo son los otros nueve voluntarios que, junto a ella, integran la delegación. Un equipo al que espera incorporar en breve a un africano, “para facilitar el trabajo con los migrantes de este país”, puntualiza.
Entre los distintos grupos que coordina está el que promueve que las parroquias sean un lugar de encuentro y de integración. Sabe, por experiencia, que muchas personas migrantes necesitan seguir viviendo aquí su fe. Sabe que “la fe nos une y rezar juntos, también”.
¿Por qué de Perú a Burgos?
Elegí Burgos porque había estado como turista hace 32 años, en el año 90, y ya tenía conocidos en la ciudad. Aquellos conocidos me acogieron, fueron mi apoyo, cuando año después vine para quedarme. Y ahora se han convertido en mi familia.
¿Difícil pensar hace 19 años que acabaría siendo la delegada de migraciones de esta diócesis?
Sí, porque se puede decir que ha sido por casualidad. Yo venía de Perú con un trabajo previo de muchísimos años. Desde muy niña participaba de la vida de mi parroquia. Fui catequista, animadora, y luego responsable de mi parroquia durante muchos años. Al llegar aquí, necesitaba llenar ese vacío y comencé a ir a la iglesia que estaba cerca de donde residía.
Ese mismo año, en noviembre, nos invitaron a participar en un equipo latinoamericano de la diócesis. Y dije, pues ahí voy.
Así comencé a integrarme. Primero con este equipo latinoamericano. En el año 2005, se amplío la invitación a participar en la Mesa, que era entonces como se llamaba la delegación. Y en 2017 me propusieron ser delegada. En este tiempo, además, había hecho varios cursos que ofrece la Conferencia Episcopal.
Ser migrante ¿te ayuda a la hora de trabajar en la delegación?
Yo creo que el ser migrante influyó a la hora de nombrarme delegada. El lenguaje, las formas, haber vivido esta misma experiencia me ayuda a la hora de conectar. Aunque también es verdad que no deja de ser complicado, porque cada uno llega con un problema completamente distinto. Los hay que vienen porque huyen de guerras, de conflictos… Pero al final, el cariño que le das es lo que nos une.
También esa experiencia personal refuerza que las parroquias pueden ser un lugar de encuentro y de integración ¿Cómo se trabaja desde la delegación está “acogida en la fe”?
Cuando un migrante llega, lo primero es la acogida y esta acción la hacemos desde Cáritas. Pero desde la delegación también impulsamos la acogida en la fe. Nuestro reto es que la persona se sienta integrada en la parroquia en la que vive.
Vamos dando pasos para que en las comunidades parroquiales haya conciencia de que existen personas de distintos lugares y que eso supone una riqueza. También hay que tener en cuenta que la mayoría de los migrantes que vienen de América son jóvenes y eso revitaliza la Iglesia.
Además, en ocho parroquias hacemos grupos de convivencia donde se comparte la manera de vivir la fe. Porque la fe es la misma, pero la manifestamos de manera distinta. Somos más efusivos, tenemos una mayor necesidad de expresar con alegría esa fe.
En Burgos ya es tradición el Belén migrante y la organización de distintas actividades que promueven el encuentro ¿También se implica a las parroquias en estos proyectos?
Se han ido haciendo cursos para los párrocos en los que se ofrecen pautas para la integración. Durante estos cursos, estas actividades que organizamos desde la delegación las llevamos a las parroquias, porque es una manera de que conozcan a los migrantes que hay en su comunidad. Hacemos entregas de premios de concursos que se convocan o charlas sobre distintos países. Y compartimos fe, comida, vestimenta, costumbres. Ambas partes nos tenemos que conocer.
¿Se nota que nos vamos conociendo?
Como comentaba antes, nosotros somos muy expresivos. Un ejemplo, en el momento de la paz, nos movemos, nos damos abrazos. Aquí no. A veces te podían mirar. Y ahora vamos a algunas parroquias y comprobamos que empiezan a incorporar parte de nuestra expresividad.
Pero lo más importante es que somos familia. La fe nos une y rezar juntos, también. Los que venimos de lejos y los de aquí, estamos unidos por un Dios vivo. Eso nos tiene que hacer avanzar en la fe.
20/09/2022