
La Iglesia celebra el 1 de noviembre a Todos los Santos y el día 2, conmemora a los fieles difuntos.
En esta página nos acercamos al sentido de estas dos celebraciones, arraigadas profundamente en el pueblo cristiano.

El 1 de noviembre miramos hacia el cielo. Es el día en el que se homenajea a todos los santos, conocidos y desconocidos. A los que están en los altares y a tantos y tantos cristianos que después de una vida según el evangelio participan de la felicidad eterna del cielo. Son nuestros intercesores y nuestros modelos de vida cristiana.
«La santidad es el rostro más bello de la Iglesia» escribe el papa Francisco en «Gaudete et exsultate», su exhortación apostólica sobre la llamada a la santidad en el mundo actual (marzo 2018).
El Papa nos recuerda que esta llamada va dirigida a cada uno de nosotros. El Señor se dirige también a ti: «Sed santos, porque yo soy santo» (Lv 11,45; cf. 1P 1,16).
El 1 de noviembre recordamos a cada uno de los que dijeron sí a esta llamada.
Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra.
Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él, elige a Dios una y otra vez.
Para un cristiano no es posible pensar en la propia misión en la tierra sin concebirla como un camino de santidad, porque «esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Ts 4,3).
No tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó y serás fiel a tu propio ser.
Pidamos que el Espíritu Santo infunda en nosotros un intenso anhelo de ser santos para la mayor gloria de Dios y alentémonos unos a otros en este intento. Así compartiremos una felicidad que el mundo no nos podrá quitar.
Papa Francisco
Gaudete et exsultate
Por Lourdes Grosso García, M.Id,
directora de las Causas de los Santos
Un año más celebraremos la festividad de Todos los Santos, ocasión para recordar a quienes nos han precedido y ya gozan de la bienaventuranza eterna y a la vez llamada personal, porque todos estamos convocados a la plenitud del Amor de Dios.

«Muchas veces –dice el Papa Francisco– tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra. ¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales» (Gaudete et exsultate, 14).
¿Cómo ser santos hoy? A esta reflexión se ha dedicado el Congreso “La santidad hoy”, organizado por el Dicasterio de las Causas de los Santos, celebrado en Roma durante los días del 3 al 6 de octubre de 2022.
Han asistido profesores y alumnos del curso Las Causas de los Santos. Perspectiva teológica, histórico-hagiográfica y jurídica, que se impartió en la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad Eclesiástica San Dámaso de Madrid el pasado año académico, promovido por la Oficina para las Causas de los Santos de la Conferencia Episcopal Española y con el patrocinio del Dicasterio de las Causas de los Santos de la Santa Sede. Ha encabezado el grupo Mons. Demetrio Fernández González, obispo de Córdoba, Director del curso y miembro del Dicasterio.
Ha sido un encuentro muy interesante para todos, por los contenidos y los ponentes, así como
por las relaciones mantenidas con los superiores del Dicasterio, con los postuladores romanos y
otras personas interesadas en este ámbito.
Se inauguró el 3 de octubre con el saludo del Card. Semeraro, Prefecto del Dicasterio. La primera jornada se centró en cómo hacer cada vez más adecuada la definición del heroísmo cristiano en sentido evangélico a la luz del binomio perennidad y actualización. El tema de la segunda jornada profundizó en la relación entre la fama de santidad y las características específicas de nuestra época digital. Hubo ponencias, comunicaciones, mesas redondas y el broche de oro fue la audiencia con el Santo Padre, el día 6 de octubre.
Una novedad significativa que ha sido anunciada en el Congreso, con vistas al Año San
2025, es la puesta en marcha de la Comisión para los testigos de la fe, que fue creada con ocasión del Jubileo 2000. El Papa Francisco desea vincular esta Comisión, de forma estable, a la actividad del Dicasterio para las Causas de los Santos. Estaremos atentos a este nuevo ámbito de la pastoral de la santidad.

El día 2 de noviembre rezamos por todos los fieles difuntos.
Rezar por los difuntos es tan antiguo como la misma Iglesia. En la edad media se generalizaron las misas ofrecidas como «sufragio» por los difuntos, pero fue en el siglo X cuando un monje benedictino, san Odilón, en Francia, comenzó a celebrar la misa en un día concreto –el dos de noviembre–, pidiendo por todos los difuntos.
A partir del s. XVI, esta fecha fue adoptada para toda la Iglesia de rito latino.
En torno al día de la conmemoración de todos los fieles difuntos vamos al cementerio, rezamos por ellos, adornamos con flores el lugar donde están sepultados, etc.
Así lo explica el director del secretariado de la Comisión Episcopal para la Liturgia, Ramón Navarro Gómez, en su escrito: «La conmemoración de todos los fieles difuntos».
Por Ramón Navarro Gómez,
director del secretariado de la Comisión Episcopal para la Liturgia.
«La comunión de la Iglesia peregrina en la tierra con los santos que están con Cristo en la gloria, la celebramos especialmente en la liturgia el 1 de noviembre».

Cada vez que celebramos la misa, en el momento de la plegaria eucarística, después de la consagración, la Iglesia, en su oración, manifiesta una realidad profunda: celebramos la eucaristía en comunión no solo con la Iglesia extendida por toda la tierra, sino también con la Iglesia triunfante del cielo –los santos, a los que pedimos que intercedan por nosotros– y con aquellos cristianos, hermanos nuestros que, habiendo dejado ya este mundo, puedan necesitar de purificación a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1030). Por ellos pedimos y ofrecemos en sufragio el don más grande que tenemos: la eucaristía.
Esta comunión de la Iglesia peregrina en la tierra con los santos que están con Cristo en la gloria, la celebramos especialmente en la liturgia el uno de noviembre, en la Solemnidad de Todos los Santos. Al celebrar en una sola festividad a todos los santos, recibimos el estímulo de su ejemplo, la dicha de su patrocinio y, un día, si Dios quiere, podremos recibir la corona del triunfo de la visión eterna de la divina Majestad (cf. Martirologio, 1 de noviembre).
«Cada día 2 de noviembre, la Iglesia celebra la conmemoración de todos los fieles difuntos».
Al día siguiente de la celebración de la Solemnidad de Todos los Santos, cada día dos de noviembre, la Iglesia celebra la conmemoración de todos los fieles difuntos.

Rezar por los difuntos es tan antiguo como la misma Iglesia. Incluso anterior. Ya en el Antiguo Testamento, conforme avanza la preparación para el misterio de Cristo, va aflorando la esperanza en la resurrección. Los libros de la Sabiduría o de los Macabeos muestran esa esperanza en la vida futura que nos lleva a rezar por lo que ya partieron de este mundo (cf. Sab 3,1; 2Mac 12, 42-45). En el nuevo testamento, junto al misterio central de nuestra fe, que es la muerte y resurrección del Señor, raíz de nuestra esperanza cristiana, resuenan con fuerza, por ejemplo, las exhortaciones de San Pablo en la primera carta a los tesalonicenses, animándoles ante la realidad triste de la muerte de algunos hermanos de aquella comunidad cristiana.
La esperanza cristiana animará siempre a la oración. Por eso, en el aniversario de la muerte de los mártires, la primitiva comunidad cristiana se reunía junto a sus tumbas no para hacer un banquete en su honor, como se hacía en la religión pagana, sino para celebrar la eucaristía.
Célebre es la petición de Santa Mónica, la madre de San Agustín. En el capítulo XI de las Confesiones se nos narra que a ella le daba igual dónde fuese sepultado su cuerpo, pero pide a sus hijos que «os acordéis de mí ante el altar del Señor donde quiera que os hallareis».
La edad media supuso la generalización de las misas ofrecidas como «sufragio» por los difuntos. En el fondo esto responde a un artículo de fe, el de la comunión de los santos. Nuestra oración, especialmente unida a la eucaristía, servirá para ayudar a que el difunto, purificado de toda mancha de pecado, pueda gozar de la felicidad eterna.
Fue en el siglo X cuando un monje benedictino, San Odilón, en Francia, comenzó a celebrar la misa en un día concreto –el dos de noviembre–, pidiendo por todos los difuntos. Como ocurría con la introducción de nuevas fiestas –pasó también, por ejemplo, con el Corpus– primero esta conmemoración fue celebrada localmente, en Francia, y, con el tiempo, fue adoptada para toda la Iglesia de rito latino, a partir del s. XVI. Este es el origen de la conmemoración de todos los fieles difuntos, donde, hasta el día de hoy, oramos «en favor de las almas de cuantos nos precedieron con el signo de la fe y duermen en la esperanza de la resurrección, y por todos los difuntos desde el principio del mundo, cuya fe solo Dios conoce» (cf. Martirologio, 2 de noviembre).
«En torno al día de la conmemoración de todos los fieles difuntos visitamos las tumbas de los que nos son más cercanos».
Esta conmemoración ha calado profundamente en el pueblo cristiano que, desde tiempo inmemorial, la ha traducido también en prácticas devocionales y en tradiciones que varían mucho de unos lugares a otros –pensemos, por citar un caso bien conocido, en el «día de muertos» en México–.

En España hay diversas costumbres asociadas a estos días. Sobre todo, destaca la más sencilla: en torno al día de la conmemoración de todos los fieles difuntos visitamos las tumbas de los que nos son más cercanos. Vamos al cementerio, rezamos por ellos, adornamos con flores el lugar donde están sepultados, etc. Vivimos así, en lo personal, a nivel de sentimiento y devoción, lo que celebramos con toda la Iglesia.
Bien es cierto que hay una pequeña –o gran– confusión. Como el día dos de noviembre, por lo general, es laborable, se suele visitar el cementerio el día anterior, coincidiendo con la solemnidad de Todos los Santos, que es festivo -y, además, «de precepto»–. Muchas veces, por comodidad, se celebra la misa en el camposanto en ese día, facilitando de esa manera la participación de los fieles. Lógicamente se celebra la misa de Todos los Santos, eso sí, pidiendo por los difuntos. Esto ha provocado que muchas veces asociemos la visita de los cementerios con la festividad de todos los Santos. Pero conviene que tengamos presente que son dos celebraciones distintas, que nos ayudan a estar en comunión con la Iglesia entera, que es una realidad mucho más grande que los fieles que peregrinamos todavía en este mundo camino de la casa del padre.
La Iglesia enriquece la visita al cementerio con el don de la Indulgencia. Visitar el cementerio entre el día 1 de 8 de noviembre lleva consigo la Indulgencia Plenaria, que significa que la pena merecida por la consecuencia del pecado se perdonan completamente.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Monición
Queridos hermanos: nos encontramos hoy en este cementerio para recordar a nuestros hermanos que murieron en la paz de Cristo y confiarlos con fe y esperanza, al amor de Dios Padre.
Por el bautismo fueron incorporados a la Iglesia, la familia de Cristo y, unidos a nuestra comunidad participaron asiduamente en la mesa del Señor. Pidamos, pues, ahora a Dios que los creó, los alegre también en el banquete de su reino y que puedan gozar con los santos y elegidos de los premios eternos.
Lectura de la Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,37-4)
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
– «Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no
lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad,
sino la voluntad del que me ha enviado.
Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo
que me dio, sino que lo resucite en el último día.
Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en
él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día».
Palabra del Señor.
Responso final
V/. Señor, + dales el descanso eterno. R/. Y brille sobre ellos la luz eterna.
V/. Descansen en paz. R/. Amén.
V/. Sus almas y las almas de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz. R/. Amén.
V/. Podéis ir en paz. R/. Demos gracias a Dios.

Oración colecta
Autor de la vida, acuérdate de nuestros hermanos, familiares y bienhechores que, confiando en ti, ha ido a su descanso eterno; y, ya que este primer mundo acabó para ellos, alégralos ahora en tu paraíso, donde ya no hay llanto ni luto ni dolor, sino paz y alegría con tu Hijo y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.
R/. Amén.

Oración de los fieles
Hacia ti, Señor, levantamos nuestros ojos; contempla, Señor
nuestra tristeza, fortalece nuestra fe y concede a nuestros
hermanos difuntos el descanso eterno.

Oración final
Escucha, Señor, nuestras súplicas y haz que tus siervos, que han salido
de este mundo, perdonados de sus pecados y libres de toda
pena, gocen junto a ti la vida inmortal; y, cuando llegue el gran
día de la resurrección y del premio, colócalos entre tus santos y
elegidos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R/. Amén.