
Cuaresma
La oración y el ayuno
Maestro, enséñanos a orar
El tiempo de cuaresma nos remite a los cuarenta días en que Jesucristo, impulsado por el Espíritu, se retira al desierto tras ser bautizado por Juan. Esta soledad no es aislamiento sino intimidad con el Padre. Esto es la oración, el diálogo filial con el Padre, un diálogo atento, nos recuerda el papa Francisco en el Mensaje para la Cuaresma de este año: «En el recogimiento y el silencio de la oración, se nos da la esperanza como inspiración y luz interior, que ilumina los desafíos y las decisiones de nuestra misión: por esto es fundamental recogerse en oración (cf. Mt 6,6) y encontrar, en la intimidad, al Padre de la ternura».
Cuando oréis decid: Padrenuestro
¡Cómo sería esa intimidad de Cristo con el Padre! Se notaba que su oración era especial, distinta de la forma de orar de otros maestros. ¿Qué verían en él sus discípulos? Observaban todos sus pasos, comentaban sus palabras, y seguro que más de una vez le siguieron ocultos en la noche cuando se alejaba para orar. Le miraban con sorpresa y con gran admiración, porque enseñaba con autoridad, porque hacía milagros, pero sobre todo por una forma de orar que nunca habían visto.
Jesús se retiraba a orar, unas veces solo (cf. Mc 6,46; Mt 14,23) y otras acompañado por alguno de ellos (cf. Lc 9,28; 22,41). A veces pasaba la noche en oración alejado de las multitudes que le buscaban (cf. Lc 6,12). Y siempre consultaba con su Padre antes de tomar decisiones o de hacer gestos importantes en su misión. Por eso no es de extrañar que «una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”» (Lc 11,1). Y Cristo les desvela lo que hay en su corazón: «Cuando oréis, decid: “Padre”» (Lc 11,2). En el Corazón del Hijo está el Padre, por eso nos enseña a orar al Padre desde el propio corazón. Padre nuestro. Orad al Padre, que está en lo secreto, y no uséis muchas palabras, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis.
¿Qué significa que no usemos muchas palabras? Que la oración está hecha de voz, pero también de silencio. Cristo nos enseña a distinguir entre oración y rezo, entre devoción y piedad. «Un solo padrenuestro rezado con atención, vale más que muchos rezados veloz y apresuradamente» (San Francisco de Sales).
La oración es un encuentro personal con Cristo, que nos conduce al Padre, por obra del Espíritu Santo. Retirarnos con Cristo al desierto, a la oración en la intimidad, nos prepara para vivir con profundo sentido la oración comunitaria y especialmente la liturgia de la Semana Santa que culmina con la Pascua de Resurrección.
La oración como estado de amor
La oración es un estado del corazón. Por ello ha de ser continua: «Velad y orad en todo tiempo» (Lc 21,36). Hemos de atender las muchas ocupaciones de cada día, por eso no podemos estar rezando continuamente con las palabras o los ritos, pero sí podemos orar continuamente, porque oración es «tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama» (Santa Teresa de Jesús). Orar es estar atentos a la voz de Dios, abrir el corazón y que entre su gracia para iluminar todos los rincones de mi vida.
La oración es amor. «Para mí la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada al cielo, un grito de agradecimiento y de amor en las penas como en las alegrías» (Santa Teresa de Lisieux).
La oración es la suprema libertad del alma. «¿Qué es oración?: mística ensoñación de todas las cosas divinas; soñar en Él, por Él, para Él, en todos los momentos del humano existir. Es elevar mi alma, en medio de todas las cosas que sean, a Cristo. Es un acto de ofrenda, lo que soy, lo que gozo o lo que padezco, mis virtudes y mis faltas, mis limitaciones, yo y mis apegos, mis defectos, todo allí se entrega… y esto es la oración» (Fernando Rielo, fundador del Instituto Id de Cristo Redentor, misioneras y misioneros identes).
La oración es constante (cf. Francisco, Gaudete et exsultate, 147-157). «La santidad está hecha de una apertura habitual a la trascendencia, que se expresa en la oración y en la adoración. El santo es una persona con espíritu orante, que necesita comunicarse con Dios. Es alguien que no soporta asfixiarse en la inmanencia cerrada de este mundo, y en medio de sus esfuerzos y entregas suspira por Dios, sale de sí en la alabanza y amplía sus límites en la contemplación del Señor» (Gaudete et exsultate, 147). No hay santidad sin oración. Qué bien lo entendió el Beato Carlos Acutis: «Lo único que tenemos que pedirle a Dios, en oración, es el deseo de ser santos».
Se ora en la medida en que se ama. Este es el magisterio de la Iglesia hecho patente en la vida de los santos. «No hay santo alguno que no haya sobresalido en la oración» (San Roberto Belarmino).
La oración es amor misericordioso
¿Cómo puedo saber que estoy viviendo una oración auténtica? «El mejor modo de discernir si nuestro camino de oración es auténtico será mirar en qué medida nuestra vida se va transformando a la luz de la misericordia» (Gaudete et exsultate, 105). La verdadera oración se manifiesta en la entrega cotidiana a los hermanos.
La oración se hace misericordia. Es el testimonio del santo de la caridad: «En la oración mental es donde encuentro el aliento de mi caridad. Lo más importante es la oración; suprimirla no es ganar tiempo sino perderlo. Dadme un hombre de oración y será capaz de todo» (San Vicente de Paul).
En esta cuaresma preparémonos a la nueva Pascua con un espíritu orante, de conversión personal, con la ayuda de la lectura diaria del Evangelio. Ayunemos de nuestras pasiones y tomemos el alimento saludable de los sacramentos, especialmente la reconciliación y la eucaristía, realicemos buenas obras con una caridad amable y atenta al prójimo.
«Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo» (Sal 42,3). Solo él, Agua viva, puede saciar esta sed. La cuaresma es un buen momento para conocer la oración cristiana, sus elementos esenciales y qué criterios nos ayudan a discernir cuales son las peculiaridades de otras tradiciones religiosas que podemos integrar en la oración cristiana y cuáles no. Es momento para las buenas lecturas espirituales y formativas. Recomiendo vivamente las Orientaciones doctrinales sobre la oración cristiana, publicadas por la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española.
Ayuno, inseparable de la Cuaresma
Una de las palabras inseparables de la cuaresma es el ayuno. Ayunar es abstenerse total o parcialmente de tomar alimento o bebida. El ayuno se practica el miércoles de ceniza y el viernes santo, y la abstinencia ambos días y todos los viernes de cuaresma.
El alimento verdadero
El ayuno y la abstinencia es una obligación de la Iglesia Católica para todas aquellas personas que quieran voluntariamente seguir a Cristo.
En el Nuevo Testamento, Jesús indica la razón profunda del verdadero ayuno que tiene como finalidad comer el “alimento verdadero”, que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34).
DÍAS DE PENITENCIA
fuente: Calendario Litúrgico
- Todos los fieles, cada uno a su modo, están obligados por la ley divina a hacer penitencia; sin embargo, para que todos se unan en alguna práctica común de penitencia, se han fijado unos días penitenciales, en los que se dediquen los fieles, de manera especial, a la oración, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia, a tenor de los cánones que siguen (CIC, c. 1249).
- En la Iglesia universal son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de Cuaresma (c. 1250). Todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de
carne o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo (c. 1251). - La ley de abstinencia obliga a los que han cumplido los catorce años; la ley del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años. Cuiden, sin embargo, los pastores de almas y los padres de que también se formen en un auténtico espíritu de penitencia quienes, por no haber alcanzado la edad, no están
obligados al ayuno o a la abstinencia (c. 1252). - Normas de la Conferencia Episcopal Española (c. 1253):
a) Se retiene la práctica penitencial tradicional de los viernes del año, consistente en la abstinencia de carnes; pero puede ser sustituida, según la libre voluntad de los fieles, por cualquiera de las siguientes prácticas recomendadas por la Iglesia: lectura de la Sagrada Escritura, limosna (en la cuantía que cada uno estime en conciencia), otras obras de caridad (visita de enfermos o atribulados), obras de piedad (participación en la santa misa, rezo del Rosario, etcétera) y
mortificaciones corporales. Sin embargo, en los viernes de Cuaresma debe guardarse la abstinencia de carnes, sin que pueda ser sustituida por ninguna otra práctica. El deber de la abstinencia de carnes dejará de obligar en los viernes que coincidan con una solemnidad y también si se ha obtenido la legítima dispensa.
b) En cuanto al ayuno que ha de guardarse el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, consiste en no hacer sino una sola comida al día; pero no se prohíbe tomar algo de alimento a la mañana y a la noche, guardando las legítimas costumbres respecto a la cantidad y calidad de los alimentos (21 noviembre 1986, «Boletín de la Conferencia
Episcopal», n. 16, 1987, págs. 155 y 156).
Por ello, es tradición realizar en los hogares cristianos comidas especiales para estos días.
Viernes de Cuaresma… ¿Te apetece un guiso? Atentos a la receta que prepara hoy Paco García, de la Escuela de Hostelería de Cáritas, con #SaborACuaresma.
Última receta con #SaborACuaresma 🥄 y no podíamos terminar de mejor manera que con Pablo González, ⭐ ⭐ dos estrellas Michelin en el restaurante Cabaña Buenavista. «Almendricas, salmonete y caviar», solo con este nombre ya entra hambre.
https://www.youtube.com/watch?v=DmFkK1kHhH4
¿El ayuno sigue teniendo sentido hoy?
La práctica del ayuno está muy presente en la primera comunidad cristiana. Los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno. Además, es una práctica recurrente y recomendada por los santos de todas las épocas. Pero, ¿por qué sigue teniendo sentido hoy?
Esta renuncia tiene un sentido y hay que entenderlo para vivirlo correctamente. Lo importante no es el hecho de no comer o no comer carne -aunque también es importante-, sino entender que este acto se realiza como penitencia, y para acercarse a Dios y al os hermanos, es un camino hacia la Pascua. Es la preparación para vivir la la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
El ayuno “vivido como experiencia de privación, para quienes lo viven con sencillez de corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimiento. Haciendo la experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se hace pobre con los pobres y “acumula” la riqueza del amor recibido y compartido. Así entendido y puesto en práctica, el ayuno contribuye a amar a Dios y al prójimo en cuanto, como nos enseña santo Tomás de Aquino, el amor es un movimiento que centra la atención en el otro considerándolo como uno consigo mismo (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 93).